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viernes, 5 de octubre de 2012

Buenaventura Durruti (1896-1936)

Legendario líder anarquista, aboga por el golpe de fuerza y la guerra de guerrillas como formas de instaurar el régimen proletario al que aspira, convirtiéndose en héroe para sus admiradores y “bandolero” para sus detractores 

El 20 de noviembre de 1936 muere de un disparo en Madrid José Buenaventura Durruti. Las extrañas circunstancias que rodean este hecho afian­zan el aura legendaria que tuvo en vida la figura de este anarquista. Prototipo del hombre de acción, Durruti se encomien­da a la causa revolucionaria con tanto ardor como disciplina. Desde sus inicios en los talleres de León, su ciudad natal, la biografía de este hombre está marcada por la lucha y la huida, lo que le lleva a vivir numerosas peripecias por España, y también fuera de sus fronteras. Asaltos a bancos, organización de huelgas y aten­tados terroristas contribuyen a mitificar a Durruti entre buena parte del proletaria­do y los intelectuales, así como a demonizarlo por parte de gente de derechas y contrarrevolucionarios. 

José Buenaventura Durruti Domínguez nace el 14 de noviembre de 1896 en León, hijo de Santiago Durruti y Anastasia Dumange, que tuvo que caste­llanizar su apellido por Domínguez. Su padre era un curtidor que participó acti­vamente en la huelga de 1903, el primer conflicto social de impor­tancia en la ciudad. La represión a la que fue sometida su familia hizo aflorar en el futu­ro anarquista el primer sen­timiento revolucionario. Así lo confiesa más tarde a su hermana Rosa en una carta: “Desde mi más tierna edad, lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento, no sólo de nuestra familia sino también de la de nuestros vecinos. Por intui­ción, yo ya era un rebel­de. Creo que enton­ces se decidió mi destino”. 

El primer ofi­cio de Buena­ventura es el de aprendiz en un taller. Más tarde entra a trabajar de mecánico. El joven obrero llamaba la atención entre sus compañe­ros por su “impaciencia revolucionaria”, según recoge el historiador anarquista Abel Paz. En el transcurso de una visita laboral a Asturias, Durruti conoce de pri­mera mano las huelgas mineras. 

Al poco, su padre le encuentra trabajo como ferroviario. Apenas lleva unos meses cuando estalla la huelga general del 13 de agosto de 1917. Durruti parti­cipa activamente en ella y, una vez termi­nada, se une junto con otros compañeros a los mineros asturianos, que habían decidido prolongarla una semana más. 

Los jóvenes ferroviarios colaboran en acciones de sabotaje que son desautori­zadas por el sindicato Unión Ferroviaria. Esta agrupación expulsa a Durruti y al resto de los indisciplinados, lo cual allana el trabajo de la policía. Ante esta circuns­tancia, el joven agitador se ve obligado a poner tierra de por medio e iniciar un periplo de viajes y huidas que durará casi dos décadas. 

De 1917 a 1920 pasa Durruti su pri­mer exilio en Francia. Allí profundiza en las teorías ácratas y el anarcosin­dicalismo. El fervor anarquista que vive España, hace que Durruti se afilie a la CNT, que se afianza como una asociación fuerte para hacer frente a las bandas de pisto­leros contratadas por los patronos. 

De vuelta a España, la primera parada de Durruti es San Sebastián. Allí conoce a Manuel Buenacasa, que le consigue tra­bajo en un taller y le anima a que se tras­lade a Zaragoza o Barcelona. 

Poco después de la llegada del leonés a la capital aragonesa, sale de la cárcel Francisco Ascaso, otro anarquista que ha participado en varios conflictos sindica­les en la ciudad. Se conocen y, al instan­te, nace una profunda amistad. Ambos parten hacia Barcelona, donde fundan el grupo de acción Los solidarios, del que también forman parte Juan García Oliver, Liberto Callejas, Aureliano Fernández y Ricardo Sanz. Los solidarlos nace en octubre de 1922 para luchar contra el pistolerismo patronal y extender la causa libertaria. En la práctica, Ascaso, Durruti y el resto de los componentes se dedican a acciones de represalia y a asaltar ban­cos para conseguir fondos. Así, partici­pan en el asesinato del gobernador de Vizcaya, el teniente coronel José Regueral, y del cardenal arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevilla, en junio de 1923. Otra de las acciones previstas es el asesinato del general Martínez Anido, gobernador de Barcelona; sin embargo, Ascaso es detenido en La Coruña cuan­do prepara el atentado. 

Durruti aboga por el golpe de fuerza y la guerra de guerrillas, la acción directa, como forma de instaurar el régimen proletario, lo que le distingue de algunos de sus compañeros, menos radicales. 

Aunque todo esto no significa que Durruti deje de ser, además de un hom­bre de acción, un excelente orador y un hábil líder. Su capacidad para mover las conciencias de los obreros queda paten­te durante la Segunda República y la Guerra Civil, a través de los mítines. 

Uno de los golpes más espectaculares que realiza el grupo de Los solidarios es el robo al banco de Gijón en septiembre de 1923. De este atraco, Durruti y los suyos se llevan un botín de 675,000 pesetas. La prensa empieza a hacerse eco de estas acciones, lo que contribuye a labrar la leyenda del anarquista leonés. 

Justo en el momento en que comienza la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, en 1923, Ascaso consigue escapar de la cárcel. Estos son años duros para la CNT, ya que pasa a la ilegalidad. Durruti y Ascaso optan por exiliarse en Francia. Desde allí embarcan en un viaje por 

Iberoamérica que tiene su primera para­da en Cuba. La idea de esta travesía es poner en práctica las nuevas formas de recaudar fondos que tan buenos resulta­dos les habían dado en España. El dinero conseguido a través de esos golpes es utilizado en ocasiones para la construc­ción de bibliotecas o escuelas, práctica que se inscribe dentro del afán educador del anarquismo. 

En Cuba trabajan como estibadores del puerto de La Habana y como mache­teros en una plantación de caña de azúcar. De allí pasan en barco (secuestrado a punta de pistola) a México, donde se les une Gregorio Jóver, también, anarquista, y Alejandro, hermano de Ascaso. Continúan viajando por el conti­nente americano, entre atracos y reunio­nes con los anarquistas locales, hasta lle­gar a Perú. De allí pasan a Chile y Argentina, donde cometen un gran número de robos a bancos y realizan varias colectivizaciones, lo que le vale a Durruti una condena de muerte en cada país. Sus acciones aparecen en la prensa y llegan hasta España. 

Su aventura americana acaba en febrero de 1926 y a la vuelta se instalan en París, donde deciden preparar un atentado contra Alfonso XIII, aprove­chando la visita del monarca a Francia. No llegan a materializar su plan, porque son descubiertos y detenidos. Durante los 13 meses que están en prisión, los anar­quistas son objeto de un tira y afloja por parte de las autoridades españolas y argentinas, que piden su extradición, y la izquierda francesa, que se moviliza para reclamar su libertad. Al poco de conse­guirla, en julio de 1927, Durruti conoce a la que será su compañera durante el resto de su vida, Emilienne Morin, cono­cida como Mimi. La contribución de Morin a la causa anarquista es notable, aunque siempre permanece en un segun­do plano con respecto a su amante. 

Durante el tiempo que Durruti y Ascaso pasan en la cárcel, tiene lugar la funda­ción de la FAI, que quiere responder a la crisis en que se encuentra sumida la CNT mediante una política de acción directa. 

Pero los dos jóvenes anarquis­tas están absorbidos por otros problemas. En 1928 son expulsa­dos de Francia, por lo que se instalan en Bélgica, primero, y más tarde en Alemania. El exilio dura hasta 1931, momento en que empieza la etapa final -y más activa- del movimiento anarquista en España. 

Nada más instaurarse la República lle­gan a Barcelona Durruti, Ascaso y García Oliver. Ellos son los encargados de dirigir la nueva etapa de la CNT y de la FAI. Es también en estos días cuando Mimi da a luz a Colette, única hija de Buenaventura. 

La FAI intenta hacerse con el control de la CNT, a la que acusa de excesiva moderación. Como respuesta, dirigentes históricos del sindicato como Ángel Pestaña y Juan Peyró encabezan una escisión, conocida como los treintistas -opuestos a la violencia de la FAI-. Después de esto, Durruti pasa a ser la figura más carismática y representativa de CNT-FAI. 

La instauración de la democracia par­lamentaria no convence al líder leonés y a los anarquistas, que ven cómo los par­tidos burgueses se hacen con el control del país. Por este motivo, empiezan a pre­parar insurrecciones como la del Alto Llobregat, donde los obreros y mineros de Figols, Manresa y Berga proclaman el comunismo libertario en enero de 1932. Tras la represión del Gobierno, diversos cargos de CNT-FAI son apresados. El cas­tigo que imprime la República a Durruti y Ascaso es, cuanto menos, curioso: son deportados a Guinea Ecuatorial, pero el gobernador no acepta a los anarquistas en su jurisdicción, por lo que inmediata­mente emprenden el viaje de vuelta hasta que llegan a Fuerteventura. 

Al recobrar la libertad, los dos, junto a García Oliver, continúan con su campaña revolucionaria, en la que se incluye la insurrección de diciembre de 1933 y diversas huelgas generales. Buenaventura pasa varias veces por la cárcel durante el periodo republicano, lo cual no le priva de diseñar varias acciones de gran repercu­sión social, como la caravana que organi­za para salvar del hambre a los niños durante la huelga general de Zaragoza. 

El fracaso de la Revolución de Octubre de 1934 y la posterior represión ayudan a que el revolucionario leonés termine por aceptar al Frente Popular y decida no boicotear las elecciones. No se sabe hasta qué punto esa decisión contribuye a la victoria de la izquierda en febrero del 36. Lo que sí es cierto es que la CNT sale beneficiada con el resultado. La amnistía del Gobierno del Frente Popular a los pre­sos condenados por los sucesos de octu­bre reintegra a las filas de la organización a numerosos anarquistas y, en mayo de ese año, el IV congreso de la CNT ve cómo regresan a su disciplina los diri­gentes Pestaña y Peyró. 

La sublevación de los militares en julio de 1936 no sorprende a Durruti, que ya esperaba un levantamiento del Ejército. Su implicación en el aplastamiento de la rebelión en Barcelona durante el 19 de julio le hace ganar un respeto aún mayor entre la población. Ascaso muere en las luchas callejeras contra los suble­vados pero, al final, la CNT y la FAI se alzan victoriosas. Se puede decir que, durante los primeros meses de la Guerra Civil, Barcelona está en manos de los anarquistas. 

El siguiente paso es la constitución de un Comité de Milicias para luchar contra los militares, formado por las fuerzas políticas y sindicales de Cataluña. Durruti no está de acuerdo con este Comité, pero lo acata. El 24 de julio sale de Barcelona la Columna Durruti, -formada, según el historiador Abad de Santillán por 6.000 hombres, aunque otros como Ral Ferrer apuntan que son 3.000- con la intención de arrebatar a los sublevados la ciudad de Zaragoza. La columna toma las locali­dades de Caspe y Pina, pero no consigue su objetivo de llegar a la Pilanca. Sin embargo, la importancia de la columna está en su implicación en el proceso de colectivizaciones agrarias que tiene lugar en Aragón en los meses anteriores a la llegada de las tropas de Franco. Durruti impulsa estas comunas y las visita para conocer de primera mano los avances revolucionarios del pueblo. Como apunta Abel Paz, el anarquismo se encontraba de capa caída en todo el mundo... salvo en España. La Guerra Civil da lugar, pues, a una revolución única en Europa. 

La otra cara de la moneda la presentan la progresiva burocratización del Comité de Milicias, incluidos los compañeros de la CNT, y la falta de ayuda por parte del Gobierno de Largo Caballero. A pesar de ello, el dirigente socialista pide la ayuda de los anarquistas ante el avance de los sublevados sobre Madrid. La Columna Durruti se ha mostrado efectiva y discipli­nada y Largo cree que su presencia pro­vocará un levantamiento de la moral entre los madrileños. 

Durruti, aunque en un primer momen­to se niega y recibe a los representantes de la CNT con un “¡Yo no conozco otra disciplina que la Revolución!”, finalmen­te es convencido por la dirigente anar­quista Federica Montseny y pone a sus hombres en marcha hacia la capital. Tras pasar por Barcelona y Valencia, el diri­gente leonés llega a Madrid el 15 de noviembre por la tarde. 

Los cerca de 2.000 hombres que van con él se posicionan en la Ciudad Universitaria. Pero al mismo tiempo, una ofensiva de los sublevados cruza el Manzanares y consiguen hacerse fuertes en el Hospital Clínico, a pocos metros de allí. Durruti, irritado, exige a sus hombres que recuperen el terreno perdido. 

A partir de este momento, los hechos se vuelven confusos. El día 19 de noviem­bre, mientras se dirige en coche hacia la zona de combates, el líder anarquista recibe un disparo en el pecho y muere al día siguiente. Las hipótesis que circulan en torno al origen de la bala son, aún hoy, de lo más variopinto. Se habla de un disparo accidental del naranjero (subfusil) de Durruti, de un anarquista rebelde, de un ataque de los comunistas... 

Su muerte causa una profunda con­moción en la zona republicana, espe­cialmente en Barcelona, donde acude medio millón de personas para despedir a su ídolo.

. Buenaventura Durruti, otro empecinado (El Luchador 21/11/1936)
. Buenaventura Durruti ha muerto ( Milicia Popular, 22/11/1936)
. Entierro de Buenaventura Durruti (Hoja provincial Barcelona, 23/11/1936)

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