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viernes, 19 de octubre de 2012

José A. Primo de Rivera (1903-1936)

Fundador de Falange y uno de los líderes más carismáticos de la España de los años 30, de oratoria brillante y profundo catolicismo, se convierte en mártir de la causa nacional tras ser fusilado en Alicante

"Como siempre que se fusila se derrama sangre, quisiera que se hiciera desaparecer la que yo vierta para que mi hermano no la vea". Con esta frase se dirige José Antonio Primo de Rivera al jefe del destacamento que, segundos más tarde, va a acabar con su vida. Después de preguntar al pelotón si son buenos tiradores, se oyen las descargas y el máximo ideólogo del fascismo español cae tendido en el suelo de la prisión de Alicante. Le disparan 12 milicianos: seis comunistas y seis anarquistas. Son las seis y media de la madrugada del 20 de noviembre de 1936. Dejaba de existir uno de los líderes más carismáticos de la España de los años 30. Desde ese momento, su figura tomaría unas dimensiones que, probablemente, José Antonio jamás imaginó para sí en vida.

Lejos de caer en el olvido, el fundador de Falange será venerado hasta límites insospechados, convirtiéndose en una especie de mártir por la causa al que sus seguidores rindieron un ardiente culto. Su muerte no es anunciada en el bando nacional hasta el 16 de noviembre de 1938, dos años después, y parece que Franco tiene mucho que ver en esa decisión. Aunque la noticia del fusilamiento de Primo de Rivera llega al cuartel del Generalísimo al poco de producirse y el día 21 todos los periódicos republicanos y la prensa francesa anuncian su muerte, el dictador prefiere negarse públicamente a creer que José Antonio está muerto.

El motivo es que su posición está aún en vías de consolidarse del todo. A la hora de llevar a cabo sus objetivos políticos, el jefe falangista le es más útil vivo.

Franco es muy consciente de ello y por eso se encarga personalmente de manipular los rumores sobre la suerte que había corrido el joven fundador de Falange Española, lanzando mensajes cuanto menos inquietantes. Así, en 1937 llega a decirle a su cuñado Serrano Suñer, que era, además, íntimo amigo de José Antonio, que probablemente al joven lo habrían entregado a los rusos y éstos lo habrían castrado. Según otra de las versiones, al intentar huir de la prisión habría resultado herido. Todo valía para engrandecer la figura del que ya era por todos conocido como El ausente. Franco utiliza el culto a ese ausente para controlar la Falange y aprovecha al máximo las oportunidades propagandísticas que se le presentan con su muerte.

Las diferencias entre los dos hombres eran abismales, no sólo en lo personal -sus caracteres eran opuestos-, sino también en el terreno político. En los pocos encuentros que mantuvieron, la gran protagonista siempre fue la distancia que los separaba. La primera entrevista fue promovida por Serrano Suñer. Entonces, el joven falangista hizo notar su decepción. José Antonio estaba abierto a la conciliación nacional de un modo que jamás compartió Franco. Su actitud hacia el dictador se revelaba siempre en sus comentarios sobre una victoria militar que temía se limitara a consolidar el pasado. Consideraba esa victoria como el triunfo de "un grupo de generales de honrada intención, pero de desoladora mediocridad política".

Y la aversión era recíproca. Serrano Suñer siempre fue consciente de que alabar a su amigo José Antonio delante del Generalísimo garantizaba la irritación de éste, quien, en una ocasión, llegó a explotar: "¡Lo ves, siempre a vueltas con la figura de ese muchacho como cosa extraordinaria!", le dijo.

Durante el tiempo que José Antonio pasa en la cárcel se producen varios intentos de liberación. Primero se pretende sobornar a sus captores con la ayuda alemana; después tratan de canjearlo por personalidades republicanas -entre ellas un hijo de Largo Caballero, preso de los nacionales, a lo cual se opuso el propio presidente del Gobierno-. Pero ninguna de las acciones emprendidas tiene éxito.

En la muerte de José Antonio influyen varios factores, y no todos están claros. Por un lado, no hay acuerdo sobre si Largo Caballero dio su consentimiento para que se fusilara a José Antonio. En sus memorias, el presidente del Gobierno cuenta que quienes lo retenían en Alicante decidieron su ejecución antes incluso de que al Gobierno le diera tiempo a aprobar un posible indulto: "Estábamos en sesión con el expediente sobre la mesa cuando se recibió un telegrama comunicando haber sido fusilado Primo de Rivera. [...] En Alicante sospechaban que el Consejo le conmutaría la pena. Acaso hubiera sido así". Por el contrario, Ricardo de la Cierva afirma que Largo Caballero "firmó el enterando necesario para su ejecución".

Por otra parte, parece ser que Franco se encargó personalmente de abortar alguno de los intentos de liberación, según algunos historiadores. Detrás de su autorización verbal para llevarlos a cabo, su voz revelaba muy poco entusiasmo. Durante las negociaciones, el día 19 de octubre Franco envía un telegrama ordenando que "se regatee o [si no se consigue esto] no se pague" para liberar a José Antonio.

¿Por qué ese rencor hacia un joven de poco más de 30 años cuya su capacidad de maniobra política era, hasta cierto punto, bastante limitada? La inseguridad de Franco es uno de los motivos. La pasión, el carisma y carácter de José Antonio hicieron el resto. Para entender el pensamiento joseantoniano hay que remontarse a sus años de infancia, donde se forjaron muchas de sus cualidades.

José Antonio María Miguel Gregorio, como es bautizado, nace el 24 de abril de 1903 en la calle de Génova de Madrid, después de un parto de 20 horas. Hijo de una familia adinerada, es un niño introvertido y tímido que, por otro lado, no tarda en mostrar un fuerte carácter desde su más tierna infancia -de pequeño dejó muy claro que no le gustaba que le llamaran Pepe o Pepito-. Dos hechos de aquel entonces le marcarían hasta el fin de sus días: la pérdida de su madre cuando José Antonio tenía sólo cuatro años y la influencia que ejerció sobre él su padre, el militar Miguel Primo de Rivera, que protagonizó el golpe de Estado de 1923.

Después de quedarse huérfano de madre, la vida del joven Primo de Rivera está marcada por constantes mudanzas, siempre determinadas por el destino asignado a su padre (Cádiz, Jerez, Barcelona, Valencia, Madrid...). Las constantes idas y venidas no son, en cambio, impedimento para que José Antonio recibía educación propia de un niño bien. No sólo habla inglés desde muy joven sino que, siendo todavía un niño, no tarda en mostrar su talento literario. Talento que después sería una de sus armas más valiosas y explotadas en su carrera política. Prueba de ello es que con sólo 10 años escribe un drama histórico en verso titulado La campana de Huesca.

El joven jamás ocultó su admiración y respeto hacia su padre, al que defendería hasta su muerte, a pesar de que no siempre compartió sus ideas políticas.

Después de acabar el Bachillerato, José Antonio se matricula en la Facultad de Derecho, primero por libre y después presencialmente. Quiere tomar parte activa de la vida universitaria. Casi siempre había recibido clases particulares y el contacto con otros jóvenes le sirve para trabar amistades con gente de su edad. Muchas de ellas, como la de Serrano Suñer, le acompañarán en adelante.

Los dos amigos son vivaces, inteligentes, estudiosos y muy amigos de la polémica. Suñer describe a su compañero como "muy cumplido, generoso y leal, pero que podía ser si quería, y a veces lo quería, incómodo y antipático. Ocultaba su timidez con ironía o con el sarcasmo más hiriente".

El futuro líder falangista se licencia en Derecho en 1922 y comienza a ejercer la abogacía por libre. Un año más tarde, el 13 de septiembre, su padre proclama la Dictadura mediante un golpe de Estado. José Antonio no participa en él, pero se ha señalado que detrás del discurso de Miguel Primo de Rivera, estaba su pluma.

Ser hijo de quien era le abre muchas puertas, aunque también le cierra otras. En una ocasión, Serrano Suñer encontró a su amigo muy irritado después de haber perdido uno de sus primeros juicios: José Antonio estaba convencido de que la causa era, sin más, que su padre era Miguel Primo de Rivera: "Qué culpa tengo yo de que mi padre sea presidente del Directorio! Y mi clientela, ¿qué culpa tiene mi clientela?". 

Por otro lado, el joven aprovecha al máximo los privilegios de su apellido: lleva una vida de señorito madrileño y practica las actividades de las clases altas: caza, polo, natación, billar...

Sin duda, la muerte de su padre en 1930 marca un antes y un después en su vida. Casi de un modo ciego, se dedicará desde entonces a honrar su memoria, lo que le lleva a ganarse fama de chulo y violento. De Miguel Primo de Rivera heredó su carácter recto y violento, pero no todos sus ideales políticos. Su relación con el rey Alfonso XIII no es cordial, mientras que ante la Segunda República muestra una actitud posibilista. No obstante, la personalidad de José Antonio es muy contradictoria, llena de dudas e inseguridades. En una ocasión afirmó que le humillaba que le compararan con el pensamiento de su padre; en otra pronunció un discurso a favor del ensayo dictatorial de 1923.

Su personalidad ofrece varias facetas: está el José Antonio que defiende ante las Cortes a uno de los ministros de su padre; el travieso, que grita "¡Viva el estraperlo!" durante un debate sobre la corrupción política; el que respeta a Prieto, y también el ferviente admirador del fascismo italiano.

La muerte de Miguel Primo de Rivera termina de animar a José Antonio a participar en política. Tras dos intentos frustrados de convertirse en diputado, consigue su objetivo en 1933, y el 29 de octubre de ese mismo año funda Falange Española junto al aviador Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas, un diputado asociado a las Cortes.

José Antonio se convierte así en el dirigente de un pequeño grupo político. En el invierno de 1933 empieza a desgranar abiertamente su idea del Estado y a destacar como un orador nato. Aunque la dirección de Falange Española es compartida, desde el primer momento la personalidad carismática del falangismo es la suya: posee un magnetismo personal y una capacidad de liderazgo de la que carecen sus compañeros.

José Antonio tiene intención de crear un movimiento de tipo fascista, sin defender a la Monarquía ni a la República. No cree que sus amigos monárquicos sean capaces de dirigir la España regenerada con la que él sueña. Por otro lado, piensa que España necesitaba una revolución "mucho más profunda que la que había sido intentada por la República". Se refería al socialismo como "justo" en sus orígenes y aspiraciones, y, a pesar de su profundo catolicismo, es partidario de la separación Estado-Iglesia. "Lo malo del socialismo", dice, "es su dependencia de modelos extranjeros y su ateísmo". Como fascista que es -mantiene entrevistas con Mussolini y Hitler y el partido recibe financiación italiana-, rinde homenaje al Duce y a sus dotes de orador y admira a la Inglaterra imperial, aunque a la vez está convencido de la decadencia de Occidente.

Es en sus primeros años de político cuando la violencia se convierte en el pan de cada día del entorno falangistas. Pronto comienza a fraguarse un radical clima de violencia política en torno a Falange, y aunque en sus comienzos la formación era prácticamente desconocida, los enfrentamientos estudiantiles pronto empiezan a llamar la atención de la prensa.

A comienzos de 1934, Falange es aún muy marginal. Pero, tras la fusión en febrero con las JONS de Ramiro Ledesma, José Antonio sale muy beneficiado. Además, puede adoptar emblemas y símbolos de los que hasta entonces no disponía. Aunque Primo de Rivera decía rechazar la violencia, es acusado por el Parlamento de posesión ilícita de armas, y más tarde es descubierto organizando varias reuniones paramilitares.

A las elecciones del 36 Falange se presenta en solitario sin conseguir representación parlamentaria, y ahí empieza el declive. El Gobierno de Azaña encarcela a José Antonio junto con otros importantes falangistas en marzo de 1936. El 6 de junio, lo trasladan a la cárcel de Alicante, donde su situación empieza a empeorar. Si en Madrid había tenido total libertad para recibir informaciones de fuera de prisión y mantener numerosa correspondencia, en el penal alicantino sus posibilidades quedan muy reducidas.

El 17 de noviembre es juzgado por rebelión militar. Él mismo asume su defensa y la de su hermano y la mujer de éste, que se encuentran también encarcelados. No sirve de nada, y son condenados a muerte. A pesar de ello, José Antonio apela por su hermano y su cuñada y logra que sus penas sean cambiadas por la de reclusión. Él no corre la misma suerte y tan solo tres días después, el 20 de noviembre, la sentencia es ejecutada. Los honores que se le rinden después de muerto a José Antonio no se corresponden con el protagonismo que alcanzó vivo: terminada la guerra es enterrado en el Monasterio de El Escorial y después trasladado al Valle de los Caídos.

Curiosamente, Franco volvería a robarle protagonismo al fallecer también un 20 de noviembre, varias décadas más tarde.

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