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lunes, 19 de noviembre de 2012

George L. Steer (1909-1944)

Corresponsal de guerra de origen sudafricano, denuncia el ataque contra civiles durante el bombardeo de Guernica arrojando luz sobre este controvertido acontecimiento en el que arriesga su credibilidad y su propia vida

"Guernica, como Hiroshima, como el 11 de septiembre, marcó el comienzo de un nuevo orden de cosas". Son palabras de Nicholas Rankin, biógrafo del hombre que más cosas contó del terrible ataque sobre Guernica, el periodista británico George Steer. Con su primera crónica sobre el bombardeo para el Times londinense y el New York Times, Steer denuncia la participación nazi en la ofensiva, inspira el universal cuadro de Pablo Picasso y se gana un puesto en la lista negra de la Gestapo. Un ejemplo de la repercusión que puede alcanzar un artículo de prensa. El suyo en cuestión lo titula Pueblo histórico vasco destruido; aviones rebeldes ametrallan a civiles y ocupa la portada del New York Times el 28 de abril de 1937, dos días después del ataque.

George Lowther Steer, nacido en la provincia sudafricana de Eastern Cape en 1909, llega al País Vasco a principios de abril. Las tropas de Franco, que están fracasando en su intento de tomar Madrid, optan por atacar objetivos más accesibles, como es el Frente Norte. En esta campaña, el reportero se expone al peligro y corre más riesgos que la mayor parte de sus colegas. Su mujer y su hijo habían fallecido, por lo que puede que él pensara que tenía menos que perder.

El propio Steer tiene que guarecerse de las bombas el mismo día del ataque sobre Guernica. No es en el mismo pueblo, sino en Arbacegui y Gerrikaiz; pero sí son los mismos aviones, que en estas poblaciones cercanas también descargan munición. Ese día, desde Bilbao, el corresponsal transmite una crónica sobre un nuevo buque británico que pretendía romper el bloqueo del puerto de la capital vizcaína. Sin mucho énfasis, añade información sobre los bombardeos registrados en el frente. Ya en la cena, donde comparte mesa con el capitán Roberts -el marino que descubre el falso bloqueo del puerto de Bilbao-, se recibe una llamada telefónica del Gobierno vasco en la que se informa de que Guernica está en llamas. Los reporteros Steer del Times, Holme de Reuters, Monks del Daily Express, Corman de Ce Soir y Watson del Star se ponen en marcha hacia Guernica atravesando en mitad de la noche los mismos campos por los que habían vuelto hacía unas horas. "Al rebasar los montes vimos la propia Guernica, un armazón de mecano. Todas las ventanas eran penetrantes ojos en llamas; todos los tejados, ahora hundidos, soltaban fieros mechones de fuego", cuenta Steer.

El periodista había narrado la guerra en Abisinia, donde conoció el horror y la destrucción, pero la barbarie que contempla a su llegada a Guernica tan sólo unas horas después del vendaval de bombas de la Legión Cóndor alemana supera con creces cualquier experiencia pretérita. "Familias enteras, todos muertos y amoratados, llenos de contusiones. Fueron trayendo más cuerpos de las afueras de Guernica con balazos de ametralladora; uno de ellos, el de una preciosa niña", narra en una de sus crónicas.

En lugar de enviar la información al día siguiente, Steer dedica el martes 27 de abril a recabar declaraciones de los supervivientes del ataque que van llegando a Bilbao. Ese mismo martes regresa a Guernica para ver la ciudad de día. El fotógrafo que le acompaña, en lugar de hacer fotos, se une a los hombres y mujeres que buscan a sus familiares entre las ruinas de los edificios. Ese es el motivo de que su crónica se publique, con gran cantidad de detalles, dos días después de la ofensiva. El artículo de Steer destacó sobre todo por la interpretación que el periodista extrajo del suceso. A pesar de contar con tan poco tiempo de reacción, Steer no dudó en apuntar al corazón de los vascos como el verdadero blanco de los bombarderos alemanes: "El objetivo del bombardeo parecía ser la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca".

Curiosamente, en ese mismo ejemplar del New York Times en el que Steer testimonia las horrendas consecuencias del ataque nazi, una información de agencia ya recoge la negación del ataque por parte de los insurgentes. Los nacionales, temerosos por la reacción internacional al bombardeo, acaban por acusar a los propios vascos de haber incendiado y destruido Guernica. Desde Londres, el Times le pide a su corresponsal que envíe más afirmaciones contrastadas de lo ocurrido. Steer, ante la manipulación de unos hechos cuyos resultados ha contemplado con sus propios ojos, se ve obligado a enviar una crónica que explique la evidencia: "He hablado con cientos de personas angustiadas que se han quedado sin hogar, y todas dan la misma descripción de los hechos, con toda precisión. He visto los enormes cráteres de bomba de Guernica y los he medido, y, como pasé por la ciudad la víspera, puedo atestiguar que entonces no estaban allí".

La ocupación de Guernica el 29 de abril facilita a los nacionales el juego con la interpretación de los hechos. En los periódicos se suceden distintas lecturas de lo sucedido, según sean los reporteros afines a uno u otro bando. Lo que está claro es que, a diferencia de los reporteros desplegados en Bilbao, los periodistas del lado franquista no estuvieron en Guernica tras el bombardeo. Ante la flagrante mentira que sobrevuela sobre los acontecimientos que ha visto con sus propios ojos, Steer se encoleriza: "La declaración de Salamanca de que Guernica fue destruida por bombas incendiarias "rojas" es falsa", escribe el seis de mayo de 1937 en el Times.

Bilbao cae mes y medio después. Steer vive la resistencia vasca como un soldado más, escribiendo emocionantes crónicas de guerra a pie de trinchera e identificándose entre los protagonistas: "Formados en línea, se abalanzaron sobre nosotros disparando a una velocidad diabólica. Pero después del bombardeo del otro día, esto parecía un débil estertor. Ahora éramos indiferentes a cosas que antes nos habrían hecho correr a resguardarnos". El lunes 21 de junio, ya después de haber abandonado Bilbao, Steer envía por teléfono al Times su última crónica, titulada La última lucha de Bilbao. Sus experiencias como corresponsal de guerra en España son recogidas en El árbol de Guernica, que escribe el mismo verano de 1937.

Tras su labor en el País Vasco, Steer acude a otros lugares del mundo en conflicto. Primero en África, luego en la contienda ruso-finlandesa y más tarde en distintos frentes de la Segunda Guerra Mundial, llegando a combatir.

George Steer vive la guerra de cerca en lugares como Etiopía, España, Libia, Egipto, Madagascar y Birmania, acuñando esta definición sobre los conflictos armados: "La forma más elevada de ineptitud conocida por el hombre".

El día de Navidad de 1944, con sólo 35 años, se encuentra desplegado en la India con una unidad del Ejército británico cuando el coche que conduce se sale de la carretera, falleciendo junto al resto de ocupantes. 

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