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martes, 18 de diciembre de 2012

Ilya Ehrenburg (1891-1967)

Ucraniano enamorado de España, viaja a la Península dispuesto a retratar como corresponsal la situación que vive el país, siempre bajo un tamiz de corte comunista, lo que le granjeará la acusación de ser un espía de Stalin

Una España rural inmersa en la dictadura de Primo de Rivera, en 1926, es el paisaje de sus primeras instantáneas españolas. Y es que llya Grigorievich Ehrenburg, si hay que creer el prólogo de su República de los trabajadores, tuvo desde su niñez el deseo de pisar tierra ibérica: "Estudiaba el castellano, contemplaba los cuadros de Goya, leía los versos del Arcipreste de Hita. En mi visión se mezcla la figura de Don Quijote y la sombra de los pistoleros de Barcelona, las derrotas históricas y las obras maestras del arte".

En 1929, de nuevo en España, conoce mejor a un pueblo "que empezaba a despertar", que oye "las campanadas misteriosas del Kremlin" y puede "deshacerse pronto del ornato dudoso de los abogados de Madrid y los agentes de Bolsa de Barcelona". A esa España dedicará su primera crónica del país, República de Trabajadores, publicada en 1932.

El ucraniano, que había nacido en Kiev en una familia judía en 1891, regresa de nuevo en 1934 a una revolucionaria Asturias, cuando es ya un hombre de partido que se preocupa desde la platea por la expansión de la Revolución Internacional. Encarcelado por primer vez por revolucionario a los 15 años, refugiado con 18 en el París de Picasso y Modigliani, había compartido juventud literaria y amistad con autores más tarde defenestrados como Maiakovski, Tsvetneta o Pasternak, y había vivido en Berlín y Bélgica entre 1921 y 1924.

Es un intelectual comprometido participante en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos en Moscú en 1934, y un viajero que acude a trabajar como editor de prensa soviética en París durante casi 20 años, desde 1925. A esta ciudad dedica una de sus más ambiciosas crónicas, La caída de París.

Muchos han definido a Ehrenburg como un embajador cultural del estilo de Turgueniev, cosmopolita, universal y viajero empedernido. "La naturaleza había sido generosa con él, puesto que hasta tenía pasaporte", según decía Schlovski. Su amigo de infancia, Bujarin, los había conseguido para el ucraniano y su esposa Liuba en los primeros años de la revolución bolchevique. De su cosmopolitismo da fe el prólogo a su primera novela, Las aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos, una parodia rusomexicana de la vida de Jesucristo. Zamiatin, el prologuista, anota: "Ehrenburg es de aquí y de allá: siente tan vivamente el advenimiento de la Internacional que se ha propuesto ser por adelantado, no un escritor ruso, sino un escritor paneuropeo, un escritor en esperanto". Personajes de carne y hueso y amigos personales del autor, como Chaplin, Rivera o Picasso, pululan por las páginas dedicadas al atípico profeta.

Pero más que literato, Ehrenburg es, de oficio, periodista, la mayoría de las veces, bélico. Reportero desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial y narrador enardecido de la Segunda, pule en gran medida su estilo periodístico en la España en armas. "Allí vi pesadillas que no soñó Goya", asegura el ucraniano en sus memorias Gentes, años, vida. La revista Izvestia promociona su viaje a la península Ibérica. Allí viaja para encontrarse con la otra gran figura del periodismo soviético, Mihail Efimovich Koltsov, corresponsal de Pravda, que sería Kárkov en Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway. En septiembre de 1936 España parece, escribe Ehrenburg,"«un cuadro de Delacroix".

El autor soviético permanece durante la primavera de 1937 en Madrid, junto a los intelectuales de la Casa de la Cultura: Alberti, María Teresa León o su amigo José Bergamín, y cerca de otros literatos internacionales que como Malraux o Hemingway, resisten en España. Visita Barcelona, Malpica y Toledo, y regresa a París en verano. De nuevo a Valencia en julio de 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas, otra vez a Francia a mediados de mes y, una vez más, cruza la frontera de vuelta al país en guerra en otoño. Cataluña, Valencia y Andalucía (Pozoblanco, Jaén) son destino de sus trayectos en España y también objetivo para su pluma.

Al que había sido poeta épico en su juventud, la masiva evacuación de refugiados al final de la contienda le inspira nuevos versos: "En la húmeda noche los vientos afilaban las rocas. / España, arrastrando apresurada los pies / iba hacia el norte. Y hasta el alba chillaba / la corneta de un corneta enloquecido. / Los soldados sacaron los cañones de combate / los campesinos se llevaron el ganado atontado / y la chiquillería se llevaba sus juguetes / y las muñecas tenían la boca convulsa". Más tarde, desde París, habría de preocuparse por la situación de los hacinados en campos de concentración franceses.

Sus crónicas, recogidas en la antología Corresponsal en España, reflejan la situación del Frente de Guadarrama, el sitio del Alcázar, la agonía de Madrid, la obstinación de la Columna Durruti o las convulsas jornadas en Barcelona.

Él ve a España, dicen sus prologuistas, "con la mirada un poco ingenua del que cree en el heroísmo y la proclama". La imparcialidad no cabe en unas páginas en las que el guerrillero representaba al pueblo y el franquismo, la barbarie del fascismo internacional. La grabación de lo vivido -según los prologuistas de Ehrenburg- tiene el poso de la ética soviética, está sin colar. La propaganda y la caída constante en el emblema es evidente en la obra de llya Ehrenburg, e incluso sobrevuela sobre su figura la acusación de algunos historiadores de que en realidad se trataba de un activo espía.

Sin embargo, y aunque fue seguramente una de las voces culturalmente más resonantes del comunismo, él mismo padece la censura estalinista. Uno de sus libros de ficción, La vida tumultuosa de Laszik Roischwant, impresa en París en 1927, no se publica en la URSS hasta 1989 y su novela más célebre, El deshielo, publicada en dos partes tras la muerte de Stalin, no se libra del lápiz rojo, aunque el término del título, deshielo, se va a convertir en etiqueta para los años de Jruschov.

Según Horacio Vázquez Rial, a etiquetador no había quien ganase a Ehrenburg, que «tenía don para la consigna" y que apuntaló términos como el de fábrica de sueños para hablar de Hollywood.

Ehrenburg se niega, por ejemplo, a participar en la campaña de difamación del futuro Premio Nobel de Literatura, Boris Pasternak. Desde los años 50, visita China, Japón, Chile y Colombia, donde se reencuentra con su amigo Pablo Neruda o con Gabriel García Márquez, que lo llamaba el viejecito Elias. Vicepresidente del Congreso Mundial para la Paz y diputado del Soviet Supremo desde 1950, dedica sus últimos años más a sus memorias que a la política. Muere en Moscú el 31 de agosto de 1967.

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