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jueves, 28 de febrero de 2013

Joris Ivens (1898-1989)


Documentalista de origen holandés, centra su trayectoria en los conflictos sociales, políticos y bélicos que castigan al mundo durante el siglo XX aportando su propia visión sobre la Guerra Civil con su obra 'Tierra española'

"Aunque había muchas buenas razones para no acudir, era inevitable que viniese a España para filmar una guerra en la que se enfrentaban abiertamente el Bien y el Mal, donde el fascismo preparaba una Segunda Guerra Mundial". Y allí acudió. Joris Ivens, el "cineasta militante por excelencia", no podía quedarse de brazos cruzados.

Durante más de 50 años, Ivens dedicó su vida a recorrer el mundo para filmar los distintos aspectos de la lucha de los hombres por el progreso social y civil y contra la opresión. Su monumental obra documental ofrece un magnífico testimonio de las fases más importantes y dramáticas de la Historia del siglo XX: desde la Guerra Civil española hasta la Guerra de Vietnam.

Joris Ivens nace en Nijmengen (Holanda), en 1898. Se familiariza a muy temprana edad con la técnica cinematográfica, ya que su padre era fotógrafo. A los 13 años realiza su primera película: un western mudo interpretado por sus hermanos.

Después de varios documentales de carácter científico, inicia su activismo político y funda, en 1927, la Film Liga, una organización de cine-clubs holandeses, donde estrenará películas inéditas en su país. Entre 1928 y 1929 lleva a cabo sus primeras obras maduras: Le pont d'acier y Pluie, dos cine-poemas influidos por el impresionismo vanguardista.

A partir de los años 30, su obra experimenta un cambio. De la poesía pasa a la acción: Ivens se sentirá atraído por cualquier lugar donde haya oprimidos que defender o revoluciones que sostener. Este espíritu de lucha le convertirá en un artista nómada. Recorrerá toda la geografía mundial para reflejar los grandes problemas que atenazan a la humanidad.

Antes, en su tierra natal rueda la que para muchos es su obra maestra: Zuyderzee (1930), un documental sobre la lucha del hombre contra el avance del agua. A pesar de contar con el apoyo económico del Gobierno holandés, Ivens, fiel a su espíritu crítico, no se limita a reflejar lo positivo. Con sus imágenes, el cineasta demuestra que la extensión de la tierra incrementa la producción y provoca un desajuste de precios que se soluciona tirando el café al mar o utilizando el trigo como combustible para locomotoras. El resultado es el aumento del paro entre los obreros. El tono combativo con el que Ivens documenta esta destrucción de la riqueza, en contraste con la pobreza de los parados, será la causa de la prohibición del documental por parte de la censura holandesa y la de otros países.

La película que marca el comienzo de esa nueva etapa es Komsomolk o El canto de los héroes (1932), rodada en la Unión Soviética, donde el análisis social adquiere prioridad sobre la experimentación técnica.

A partir de este momento, Ivens se dedicará casi exclusivamente al documental social y político. Junto a Buñuel, será uno de los primeros documentalistas en potenciar este género desde una posición independiente, aunque con tendencias filo-izquierdistas.

Será en Bélgica donde ruede su primer documental verdaderamente social, junto al cineasta Henri Storck: Borlnage (1935). Esta película presenta la situación de los mineros belgas después de la larga y dramática huelga de 1932. Aunque se trata de una reconstrucción, el documental posee una gran fuerza expresiva. La huelga de Borinage se sitúa en el marco de la crisis mundial capitalista de los años 30, de ahí que se prohibiera en todas partes salvo en los cine-clubs. Aun así, según algunos autores, abre el camino a obras maestras del realismo poético francés y del neorrealismo italiano.

Sus detractores le reprochaban la pérdida de cualquier capacidad artística al venderse a la clase obrera. Ivens no compartía esta opinión. "No me considero un político que haga cine, sino un artista, un cineasta que intenta abarcar mediante una ideología materialista y revolucionaria una lucha y una filosofía que me hacen más libre". En esta línea se encuentra su documental Tierra española (1937), con el que, más que hacer un documental profesional, pretendía concienciar a la opinión pública estadounidense sobre la necesidad de ayudar al Gobierno de la Segunda República. Su intención, como él mismo señala, "era la de plasmar la verdad del pueblo español en su lucha contra el fascismo, queriendo dar a entender al mundo la proximidad de un conflicto generado por la ideología fascista y que desembocará en la Segunda Guerra Mundial".

Tanto en Tierra española como en el resto de sus documentales, Ivens lleva a cabo un tratamiento creativo de la realidad. Su intención no es la objetividad, sino la presentación de su punto de vista ante la realidad. "El periodista", afirmaba Ivens, "capta la realidad exterior, mientras que el documentalista analiza en profundidad el trasfondo de esa realidad; esto implica que nuestro trabajo sea una toma de postura clara que determine un horizonte abierto a nuestra expresión y a la visión del espectador".

Después de la experiencia española, éste viaja a China, donde rueda 400 millones (1939), sobre la resistencia del pueblo chino ante la invasión japonesa.

Años más tarde volverá a la China de la Revolución Cultural para realizar Cómo Yukong desplazó las montañas (1973-75) y el que sería su último trabajo, Yo y el viento (1988).

Ivens documentará prácticamente todos los grandes conflictos del siglo XX. Colabora con Frank Capra durante la Segunda Guerra Mundial en la serie de documentales propagandísticos ¿Por qué luchamos?.

Ya en la posguerra, se interesa por los nuevos estados comunistas en documentales como Los primeros años (1947-49), Carnet de viaje (1960) y Pueblo armado (1961), centrados en Cuba. También defiende las esperanzas de las asociaciones pacifistas y antimilitaristas internacionales con La paz vencerá la guerra (1951) y La amistad vencerá (1952).

La Guerra de Vietnam supone un nuevo desafío para el cineasta holandés: con El cielo, la tierra (1965), Paralelo 77(1967) y El pueblo y sus fusiles (1969), sobre el conflicto vietnamita, consolida un modelo indiscutible de cine de compromiso político de calidad.

Esta extensa e intensa labor cinematográfica será merecedora de reconocimientos como la Palma de Oro en Cannes y el León de Oro en Venecia.

Pero Ivens es el único cineasta que ha sido distinguido con el Premio Mundial de la Paz, el Premio Lenin para la Ciencia y la Cultura de Moscú y la Medalla de Oro de Bellas Artes de España, entre otros.

Después de aproximadamente 50 documentales y de toda la geografía recorrida, este holandés errante termina sus pasos en París, ciudad donde muere en 1989.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Vicente Uribe (1897-1961)


Político e ideólogo comunista, este bilbaíno escala hasta la cúpula del PCE para, más tarde, ostentar la cartera de Agricultura en los gobiernos republicanos de Largo Caballero y Negrín hasta el fin de la Guerra

El 23 de mayo de 1938, el Comité Central del PCE ratifica su apoyo a los Trece Puntos de Negrín.

Vicente Uribe Galdeano, ministro de Agricultura durante los gobiernos republicanos de Francisco Largo Caballero y Juan Negrín, es uno de los principales impulsores de este manifiesto a favor de la unidad entre las diversas facciones que se enfrentan en la España republicana.

También a Uribe puede atribuírsele la reforma agraria promovida por el Partido Comunista en plena Guerra Civil así como su lucha particular por dotar a España de un federalismo igualitario.

Nacido en Bilbao en 1897, este político e ideólogo comunista entra en contacto con las ideas revolucionarias que llegan de la URSS durante su juventud cuando ejerce como obrero metalúrgico.

Vicente Uribe milita en el Partido Comunista desde 1923. Sin embargo, a pesar de su juventud, apenas tarda cuatro años en formar parte de la cúpula directiva. Desde ella alienta al incipiente partido a ascender ideológicamente según las doctrinas que llegaban del Este. Prueba de ello es su apoyo en la elaboración del manifiesto electoral del Frente Popular para las elecciones de 1936, así como su contribución a la hora de dar a España una solución ante el conflicto histórico de los nacionalismos y regionalismos.

De hecho, su aportación ideológica y política más importante quizá fuese su escrito, en 1938, sobre El problema de las nacionalidades en España a luz de la guerra popular por la independencia de la República Española. En él, según el escritor José Ignacio Gracia Noriega, Uribe no admite, como comunista estalinista, "que haya disgregación de intereses frente al interés, común, de la gran patria. Para Uribe", continúa Gracia Noriega, "los separatismos, nacionalismos o federalismos son un paso. Nunca una meta".

Vicente Uribe pretende explicar en su manifiesto sobre las particularidades de España que las distintas nacionalidades debían integrarse y luchar conjuntamente hacia la derrota del fascismo, principal yugo opresor de los pueblos españoles: "En la guerra contra la República, los generales traidores y sus amos buscan el exterminio de las conquistas nacionales de Cataluña, Vasconia y Galicia, la supresión de sus Estatutos, destruyendo todos los elementos de la cultura nacional propia de estos pueblos".

La lucha de la Guerra Civil estaba encaminada, para este ideólogo comunista, a lograr una gran España, republicana y democrática. Todos los pueblos unidos y las nacionalidades, movidas por el mismo impulso, orientando sus esfuerzos a una misma dirección: "Ayudar al máximo desarrollo y florecimiento de cada nacionalidad; ayudar en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalecer, por encima de todo, la patria española", concluye Uribe.

La entrada de los comunistas en los gobiernos republicanos durante el conflicto se debió, en gran medida, a su reorientación hacia un partido de masas. Además de Uribe, Dolores Ibárruri y Antonio Mije, fueron los motores del Partido tras el IV Congreso, en 1932.

La fuerza y popularidad que adquiere el Partido Comunista obliga a Largo Caballero a incluir a algunos de sus miembros en su primer Gobierno, que contó con una coalición entre socialistas, comunistas y republicanos.

Como titular de la cartera de Agricultura durante prácticamente toda la Guerra (desde septiembre de 1936 hasta abril del 39), Uribe fue el precursor de una reforma agraria sometida a los principios de Stalin, al que consideraba "el cerebro más genial de nuestra época". De esta manera, transcurrida apenas una semana de la entrada del Partido Comunista en el Gobierno de Largo Caballero, Uribe presenta al Consejo de Ministros su proyecto de reforma que contemplaba la entrega gratuita y en propiedad a los campesinos y jornaleros de la tierra confiscada a los terratenientes comprometidos con la sublevación militar. A raíz de las discusiones entre socialistas y comunistas, estos últimos fuerzan algunas cláusulas y obligan a decretar la confiscación en favor del Estado, es decir, la nacionalización de la tierra.

Tras la derrota del Frente Popular y el consiguiente exilio de los comunistas, Uribe, junto con otros miembros del PCE, se instala en México, desde donde se erige como el máximo dirigente del partido en el exilio suramericano. Como presidente del Secretariado en América, Uribe encargó a Carrillo las tareas de organización del partido.

En mayo de 1946 Uribe ya ocupa el segundo puesto en la jerarquía del Partido tras la expulsión de Jesús Hernández, y se traslada a París junto con Antonio Mije, donde se irá fraguando un enfrentamiento entre la pareja Antón-Carrillo y Mije-Uribe.

Como señala el periodista Gregorio Morán en su obra Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, Uribe y Mije reúnen en París a los hombres fuertes del PCE y del PSUC para hacer una reorientación de la cuestión sindical. "Uribe", explica Morán, "que por convicciones estaba muy lejos del estilo voluntarista a ultranza de Carrillo, se descolgó con un ataque a la política de masas que había llevado el partido en los años anteriores".

La revisión crítica de Uribe ante las nuevas orientaciones del partido le conduce a un enfrentamiento con Fernando Claudín, máximo responsable del Buró Político. A juicio de Uribe, la organización del partido carecía de una unidad dentro de la realidad política y no constituía una fuerza suficiente para luchar en favor de la revolución democrática. Ante estas primeras desavenencias, explica Morán, "Claudín y Carrillo vieron en Uribe la imagen del derrotismo y de la falta de entusiasmo revolucionario".

La escisión definitiva entre Uribe y el resto de miembros de la plana mayor del partido tendrá lugar en el Pleno del Buró Político celebrado en Bucarest en 1956. Carrillo, Claudín y el resto de los hombres fuertes del PCE defendieron las tesis de Dolores Ibárruri sobre la reorganización de los comunistas. "La intervención autocrítica de Dolores" explicaba Carrillo "es un ejemplo de la actitud que debe tomar un dirigente ante sus errores". Claudín, por su parte, señalaba que "en las intervenciones de Mije y Uribe hay una sobreestimación de las fuerzas del enemigo y una subestimación de la amplitud de la lucha de masas y de las fuerzas políticas de oposición".

Acusado por sus propios camaradas de ser "el Stalin del PCE", Uribe se convierte en el chivo expiatorio en pleno proceso depurador posestalinista. La eliminación definitiva de Uribe, capitaneada por Santiago Carrillo, queda consumada en el Pleno del Comité Central en la RDA el 25 de julio de 1956. Cinco años más tarde, Vicente Uribe moría en Praga a los 64 años de edad. 

martes, 26 de febrero de 2013

Agustí Centelles (1909-1985)


Reportero gráfico, testigo durante la Guerra Civil de los principales acontecimientos sucedidos en Cataluña, acaba exiliándose a Francia y consigue atesorar un significativo legado fotográfico de la memoria colectiva española

En agosto de 1936, el semanario estadounidense Newsweek ilustra en su portada uno de los testimonios gráficos más populares que nos ha dejado el conflicto español: tres guardias de asalto disparan parapetados tras varios caballos abatidos a tiros por el fuego nacional, en las calles de Barcelona durante la sublevación de julio. La imagen recorre medio mundo y catapulta la fama de su autor: el fotógrafo valenciano Agustí Centelles. Con ésta y otras imágenes, Centelles pasa a engrosar la lista de los reporteros gráficos que cubren el conflicto como Capa, Reisner o Namuth, entre otros muchos.

Nacido en la localidad valenciana de El Grao (1909), se traslada con tan sólo un año a Barcelona. Desde muy joven comienza a interesarse por el mundo de la fotografía, y con 16 años empieza a trabajar como ayudante fotográfico en el diario El Día Gráfico. Allí verá publicados algunos de sus primeros trabajos.

En 1927 entabla amistad con uno de los maestros de la fotografía catalana, Ramón Baldosa. De la mano de éste comienza a dar rienda suelta a su creatividad, y en 1932 se desliga de su mentor para trabajar por libre. Retrata las calles de Barcelona, a su gente, sus edificios... Incluso se atreve con reportajes de espectáculos y deportivos para después venderlos a periódicos como La Humanitat o La Veu de Cataluña. Todo ello tras el objetivo de su Leica 35 milímetros, comprada a plazos -por 900 pesetas de la época- con sus primeros ahorros.

Conforme su trabajo se consolida, comienza a colaborar con periódicos más significativos como La Vanguardia, Diario de Barcelona, Última Hora, La Opinión y La Rambla. Es en esta época —1935— cuando contrae matrimonio con Eugenia Martí Montserrat.

Al estallar el conflicto, Centelles y su Leica son testigos del frustrado intento de sublevación militar en Barcelona, convirtiéndose, quizá, en "el único fotógrafo profesional que se atrevió a salir a la calle el 19 de julio de 1936", según afirma Manuel Rubio Cabeza. Precisamente, de ese día es la portada del Newsweek.

El fotógrafo decide embarcarse con las milicias populares republicanas destinadas al Frente de Aragón, como colaborador de la publicación La Revista. Allí coincide con otros reporteros gráficos procedentes del extranjero que llegan a España para inmortalizar el conflicto, como el húngaro Robert Capa o los corresponsales alemanes de la revista francesa VU, Georg Reisner y Hans Namuth. Muchos de estos fotógrafos, una vez que llegan a Barcelona, son ayudados y financiados en primera instancia por el Comité de Milicias Antifascistas y el Comisariado de Propaganda de la Generalitat de Cataluña, dirigido por el periodista catalán Jaume Miravitlles (ERC).

Ya en 1937, Centelles se instala en Lérida para ocuparse de los servicios fotográficos del citado Comisariado. Además, se encarga de realizar la serie fotográfica Visions de guerra i de retaguarda, publicada por la editorial Forja, dependiente del organismo. El objetivo de esta publicación es influir en la opinión pública catalana mediante la divulgación fotográfica de los estragos y las devastaciones que la Aviación franquista produce entre la población civil. A su vez, pone de relieve la capacidad de resistencia republicana, que cuenta por entonces con el apoyo de la Unión Soviética.

Antes de la caída de Barcelona, a finales de enero de 1939, Centelles se exilia a Francia portando consigo unos 5.000 negativos. Su carné internacional de prensa le sirve de salvoconducto para resguardar estos materiales. Sin embargo, es en el país vecino donde padece la dureza que se vive en los campos de concentración franceses -como el localizado en Argeles sur Mer- donde capta las dramáticas situaciones en las que malviven los refugiados.

Ya en 1943, pasa a formar parte de un laboratorio en la localidad francesa de Carcassonne y a colaborar con la resistencia. Tan sólo un año después, es descubierto por la Gestapo, y con su familia decide volver a España utilizando el paso de Andorra para huir de los nazis. Nuevamente se instala en Cataluña, pero sin los archivos de guerra que deja a salvo en manos de una familia campesina de confianza.

En 1946, es juzgado y condenado por la Justicia española, aunque poco tiempo después obtiene la libertad condicional. Pese a que no llega a entrar en prisión, queda inhabilitado para ejercer como reportero gráfico, por lo que se dedica a la fotografía industrial, fundando la empresa Centelles S.L.

En agosto de 1976, Centelles regresará a Carcassonne en busca de sus negativos, recuperando con ellos un valioso testimonio de la memoria colectiva española. La llegada de la democracia a España le permite exponer el trabajo fotográfico que se creía perdido durante la Dictadura. En estos años, el cámara valenciano se dedica a divulgar su obra, mediante exposiciones y la elaboración de catálogos.

En 1984 se le concede el Premio Nacional de Artes Plásticas. Tan sólo un año después de este reconocimiento -el 1 de diciembre de 1985-, fallece en Barcelona, la ciudad que ha sido testigo de gran parte de su obra. Pese a su desaparición, Centelles deja un legado fotográfico que se extiende hasta nuestros días. Como ejemplo, la publicación del catálogo titulado Agustí Centelles (1909-1985). Fotoperiodista, o la muestra El Compromiso de la Mirada (2000). Es entonces cuando se le empieza a conocer popularmente como el Capa español.

lunes, 25 de febrero de 2013

Miguel Cabanellas (1872-1938)


General africanista defensor de la República, será clave en el éxito del alzamiento y es el encargado de firmar, a pesar de su oposición manifiesta al mismo, el decreto que da el mando único a Francisco Franco

El 15 de mayo de 1938, la ciudad de Málaga ve cómo en sus calles tiene lugar un entierro que se convierte en todo un acto social, el del general Miguel Cabanellas Ferrer, acompañado de los máximos honores y toda la ceremoniosidad que tal personalidad merece. Cabanellas había sido el primer presidente de la Junta de Defensa Nacional constituida en Burgos por los principales generales que se acababan de sublevar contra la República, sólo cinco días después del alzamiento. La Junta fue el primer Gobierno real del bando nacional, la representación política y militar que debía de oponerse al Gobierno legalmente constituido del Frente Popular.

Pero el veterano y canoso militar, además tendría un sitio en los libros de Historia por haber sido el único general golpista en oponerse a que Franco fuera nombrado Generalísimo y se le concediera el poder absoluto.

El Caudillo no olvidaría nunca esa afrenta y una vez que tuvo el control total del Ejército y la sociedad, se encargó de devolverle la humillación cada vez que pudo, para demostrarle quien mandaba. Franco intentó vengarse de Cabanellas incluso después de que falleciera. Éste había expresado de forma reiterada su voluntad de que su entierro estuviera desprovisto de los honores correspondientes a su grado, había pedido para esos últimos momentos un acto sencillo y familiar. Pero tras su féretro, aquella mañana presidía el desfile fúnebre Queipo de Llano, seguido de miles de falangistas, saludando brazo en alto, algo que siempre había repudiado el fallecido. Despreciado en la biografía oficial que los vencedores escribieron, el odio llegaba a tal extremo que el Generalísimo ordenó cambiar la denominación de la plaza que llevaba el nombre de Cabanellas en su Cartagena natal.

Nacido en el seno de una familia de tradición militar en 1872, ingresa en el Ejército junto a su hermano menor, Virgilio, que también llegó a alcanzar el rango de general, en el Arma de Caballería. Tras unos años destinado en Cuba, realiza la mayor parte de su trayectoria militar en el norte de África, donde ascendería rápidamente en el escalafón tras cuantiosas hazañas en el campo de batalla. Allí conocería y tendría sus primeros contactos con otros altos mandos junto a los que años después protagonizaría la sublevación contra el Gobierno del Frente Popular. En 1916, cuando ya ostentaba el puesto de comandante, estaba al mando de un destacamento de Regulares donde tenía bajo sus órdenes a dos jóvenes tenientes, Mola y Franco. De ese conocimiento directo es de donde nacería su desconfianza, que 20 años más tarde le llevaría a oponerse a la entrega del mando total de España a Franco, pues él le había mandado en el norte de África y desconfiaba de su egocentrismo.

En 1923 es el único general de los que consulta Primo de Rivera que no se une a su golpe de Estado. Ello le hace ser relegado a un puesto secundario en la Jefatura militar de Menorca. Por si eso fuera poco, en 1926 es incluido en una lista de generales, junto a Queipo de Llano entre otros, que se ven obligados a pasar a la reserva de modo obligatorio y sin posibilidad de recurrir, por un decreto del Dictador. En esa situación de inactividad, contribuye junto a otros militares opositores en 1929 a planificar un golpe de Estado contra Primo de Rivera dirigido por el jefe del Partido Conservador, Sánchez Guerra, que fue abortado por la policía.

Tras la proclamación de la Segunda República, una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo Gobierno es reincorporar al Ejército a estos generales en la reserva forzosa. Cabanellas se convierte durante esos años en uno de los militares que más apoya la República. Pese a ello se granjea numerosos enemigos ya que se le asocia a la masonería, dentro de la cual parece que dirige una de sus logias más influyentes.

Ostenta diferentes cargos de máxima responsabilidad y confianza por parte de los diferentes gobiernos, los cuales acata y respeta, siendo considerado un hombre leal. De este modo, el 17 de abril de 1931 es nombrado capitán general de Andalucía, para poco más tarde ser nombrado responsable de las tropas españolas en el norte de África.

El 5 de febrero de 1932, el presidente Azaña le nombra de forma personal director general de la Guardia Civil para tener un hombre de su total confianza al mando del instituto armado. Cabanellas dirige la Guardia Civil en dos periodos diferenciados hasta principios de 1936, en su puesto de inspector general. Bajo su dirección, la Benemérita actuó siempre de forma leal a los gobiernos, tanto de la CEDA como de izquierdas, especialmente para sofocar la Revolución de Asturias de 1934.

Poco antes de las elecciones de febrero de 1936, el Gobierno de Pórtela Valladares le destituye de su puesto y le relega a un cargo supuestamente inferior, como jefe de la 5ª División Orgánica, con sede en Zaragoza. Desde esta posición Cabanellas jugaría un papel determinante en la inminente sublevación. Consideraba que la República había derivado hacia una anarquía que llevaría a la destrucción del país, pero en su mente siempre estuvo que tras el golpe no debía haber una dictadura militar.

En la primera reunión que tiene con Mola, el primer domingo de junio cerca de Tudela, deja claras sus intenciones. El alzamiento debía hacerse en nombre de la República, con la bandera tricolor y manteniendo el Himno de Riego, para que inmediatamente reestablecido el orden, el Gobierno provisional convocara unas elecciones a Cortes Constituyentes.

Ante los rumores de posible golpe, el 16 de julio Cabanellas se entrevista con Azaña, al que manifiesta que la 5ª División Orgánica que él dirige respetará a su general, y que sería leal al Gobierno. Casares Quiroga sabe que eso no es cierto, y nada más tener las primeras noticias del levantamiento en África llama a Cabanellas para que se presente en Madrid, con la intención de, simultáneamente, mandar por avión al general Núñez de Prado, leal al Gobierno, para sustituirle en Zaragoza. Pero el plan fracasa, Cabanellas sabe que no debe moverse de Zaragoza, pues se había comprometido a que sus tropas se alzasen en Zaragoza a las cinco de la madrugada del 19 de julio.

Fuentes franquistas, en su afán de desprestigiarle, indican que se mantuvo en su puesto porque un joven oficial le puso una pistola en la sien y le dio un minuto para meditar de qué lado se iba a poner.

El día 18 recibe una llamada importantísima de Martínez Barrio, encargado por Azaña de formar un Gobierno que negociara con los sublevados para sofocar el golpe a toda costa, incluso llegando a negociar una salida pactada. Le promete que si el golpe se detiene se crearía un ejecutivo de emergencia con políticos de la República y algunos militares sublevados, pero Cabanellas contesta con un no rotundo.

La guarnición de Zaragoza contaba con 2.500 hombres, a los cuales se unirían la Guardia Civil y la policía. En la tarde del 18 de julio se procede a detener al alcalde y al gobernador civil de la capital maña. A las cuatro y cuarto de la noche los centros oficiales son ocupados y a las cinco, hora fijada, columnas de Infantería desfilan por las calles hacia la plaza de la Constitución para leer el bando que implantaba la ley marcial.

La sublevación es ya un hecho, pero cuando el 20 de julio Mola recibe la noticia de la muerte de Sanjurjo y comprueba que sus tropas han sido detenidas en su avance hacia Madrid, empieza a desconfiar en la suerte del golpe. Al día siguiente, toma un avión destino a Zaragoza para entrevistarse con Cabanellas. Ambos deciden que es imprescindible constituir un gobierno, que contaría con el respaldo del Ejército, para que asuma todos los poderes del Estado y represente legítimamente al país frente a las potencias extranjeras. De esta forma deciden crear la Junta de Defensa Nacional, que iba a ser presidida por Miguel Cabanellas por ser el general con más antigüedad de los participantes en el alzamiento. En realidad, la Junta tendría sobre todo un papel representativo, porque el poder efectivo estaba en manos de los generales que se hallaban en el frente.

Así, el 23 de julio de 1936 se constituye la Junta de Defensa Nacional, que sería durante 68 días la que ostentase la representación del bando nacional, hasta la formación, en principio, de un gobierno provisional. Bajo la dirección de Cabanellas, estaba además integrada por los generales Saliquet, Ponte, Mola y Dávila y los coroneles Montaner y Moreno. Ese mismo día Cabanellas llega a Burgos, donde se dirige a la multitud desde el balcón de la Capitanía General para aclamar: "Tened la seguridad de que seguiremos adelante todos unidos por España y para España, para que la fraternidad y la paz reinen entre los españoles. Nuestro firme deseo es que viváis con tranquilidad".

A su vez, en un discurso de Mola por radio, en el que anuncia la creación de la Junta, alaba la figura de Cabanellas como ilustre general, figura venerable y patriótica que ya había prestado grandes y altos servicios a la nación.

Durante los poco más de dos meses de duración de la Junta, se dedica a establecer las bases orgánicas del Estado que empieza a nacer. Todo el aparato burocrático permanecía del lado republicano por lo que había que empezar casi de cero. Durante su mandato, Cabanellas es el encargado de sancionar con su firma los 146 decretos y 265 órdenes que dictaron. Por su mesa pasarían desde el decreto que ordenaba el 1 de septiembre devolver a Unamuno su puesto de rector en la Universidad de Salamanca, hasta uno que tuvo que firmar, muy a su pesar, a finales de agosto y que sólo tenía un artículo: "Se restablece la bandera bicolor, rojo y gualda, como bandera de España."

Pero la Junta tiene sus días contados tras una entrevista que mantiene Nicolás Franco con Mussolini en Roma. En ésta, el dictador italiano le hace ver que para que recibieran todo el apoyo de Italia y Alemania, debían elegir una cabeza visible con plenos poderes, o al menos esa fue la campaña propagandística que el hermano del futuro Generalísimo hace uno a uno con todos los generales nacionales. A su vez, afirma que la Junta de Defensa Nacional no cuenta con el apoyo del Führer ni del Duce. Por ello, el día 21 de septiembre de 1936 tiene lugar una reunión cerca de Salamanca donde están presentes todos los miembros de la Junta más Franco, Orgaz, Gil Yuste y Kindelán. Por la tarde, Kindelán propone que entre ellos deben elegir a la persona que aglutinara el poder. Previamente, en secreto, la mayoría había pactado que había de ser Franco, el general que más simpatías está levantando entre los civiles. A partir de ese momento, la Junta sería la encargada de hacer oficial y formal ese acto.

Una semana después tiene lugar una nueva reunión en Salamanca con los generales antes citados, donde como punto del día figura aprobar un decreto, redactado el día anterior en Cáceres por Nicolás Franco, en el que se recoge que todas las fuerzas de Tierra, Mar y Aire estarían subordinadas a un mando único, en manos de un general al que se llamaría Generalísimo. Todo está decidido antes de la reunión. Sólo Cabanellas se atreve a discutir la fórmula elegida, piensa que lo correcto hubiera sido formar un triunvirato. No estaba en contra de Franco, pensaba que podía ser uno de los tres al mando, pero entregarle el poder total, lo consideraba una locura, se resistía a firmar el decreto y así lo manifiesta ante los reunidos: "Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la Guerra ni tras ella, hasta su muerte (...)".

Casi a medianoche, tras consultar telefónicamente con Mola y Queipo, Cabanellas firma el decreto por el cual nombra a su pesar a Franco como Generalísimo.

Como escribió su hijo, Guillermo Cabanellas, en su libro La guerra de los mil días, tras esa firma los últimos restos de la República en la zona nacional caen abatidos, y quien se había alzado para tratar de salvar el Régimen, firmaba su muerte. El 1 de octubre Franco toma posesión de su cargo en la Capitanía General de Burgos ante Cabanellas y el resto de generales. Y Franco, a partir de ese momento, no habría de perdonar ni la tardanza en firmar, ni que en el texto del decreto se le llamara sólo jefe de Gobierno y no jefe de Estado como hubiera deseado.

Cabanellas fue relegado a un puesto sin importancia, inspector general del Ejército, donde permanecería en labores secundarias hasta que el 1 de enero de 1938, ya con 66 años, pasa a la reserva.

En sus últimos meses en el Ejército se dedica a recorrer los frentes de batalla para comprobar las evoluciones y las necesidades de las tropas. Pocas horas después de su muerte, los papeles que guardaba en su despacho de Burgos como presidente de la Junta y en una caja de seguridad son sustraídos y hechos desaparecer, algo similar a lo sucedido con los papeles de Emilio Mola. Según su familia, por orden de Serrano Suñer. De este modo se culminaba la decisión de destruir cualquier recuerdo del general Miguel Cabanellas Ferrer.

Artículos:

Periódicos:

Ha muerto el general Cabanellas (Imperio, 15/5/1938)
Muerte del general Cabanellas (Diario de Córdoba, 15/5/1938)

domingo, 24 de febrero de 2013

Salvador de Madariaga (1886-1978)


Este diplomático, político, intelectual y prolifico escritor gallego decide al comenzar la Guerra exiliarse a Inglaterra, desde donde mantendrá una inhibición 'crítica' que le granjeará la animadversión de ambos bandos

Persuadido por su padre para convertirse en ingeniero, el joven Salvador de Madariaga Rojo, que había nacido en La Coruña el 23 de julio de 1886, ejercerá como tal, después de estudiar en París y Madrid, en la Compañía Ferroviaria del Norte. Pero tras cuatro años de trabajo -entre 1912 y 1916- abandonará este camino profesional para dedicarse a su gran pasión, las letras, y al periodismo en particular. En plena Guerra Mundial se instala en Londres, donde se hace un hueco como cronista de The Times. Con el tiempo escribirá también para periódicos españoles como El Sol -donde en ocasiones firmará con el seudónimo de Sancho Quijano- y La Vanguardia.

Después de la Guerra entra a formar parte de la Secretaría General de la Sociedad de Naciones, de la que llegará a ser delegado permanente español y presidente de la comisión de Desarme. Pacifista cosmopolita y políglota, es capaz de escribir y hablar perfectamente, además de español, inglés, francés y alemán. "Si un ser humano dispone de más de una lengua" -asegura-, "dispone de más de una vida". Más adelante, entre 1927 y 1931, ocupará la cátedra de Literatura española en la universidad de Oxford.

Con la proclamación de la Segunda República, Madariaga resulta elegido diputado para las Cortes Constituyentes. En declaraciones a El Sol en septiembre de 1931, se mostraba convencido de que "una vez que España haya promulgado su Constitución y elegido a su jefe del Estado, habrá estabilizado su vida política. Entonces podrá actuar de tal forma que el mundo aproveche sus direcciones constructivas a favor de la paz y del desarme".

Sin embargo, el alineamiento de Madariaga, liberal y federalista declarado, con los líderes republicanos va resintiéndose poco a poco. Se muestra preocupado por el problema catalán -al que dedica una serie de artículos en La Vanguardia durante 1936— el nacionalismo vasco y los movimientos revolucionarios. Mientras, su bagaje internacional le sirve para ocupar varios cargos diplomáticos al servicio del nuevo régimen. En 1931 es nombrado embajador en Washington, y en 1932 es destinado a París. Además, en 1934, desempeña brevemente en el primer Gobierno de Alejandro Lerroux los ministerios de Instrucción Pública y Justicia.

Preocupado por el deterioro del orden republicano, en 1935 publica Anarquía o jerarquía, libro en el que, impresionado por el desarrollo de los acontecimientos en España, propone un sistema de gobierno "orgánico" que, sin renunciar a la democracia y al liberalismo, apueste decididamente por el orden y la jerarquía.

En julio de 1936, "igualmente distante de ambos bandos", logra salir de España para volver a Oxford. "En otro lugar" -apunta el exiliado en su autobiografía Desde la angustia a la libertad: Memorias de un federalista- "he dado ya un primer esbozo de las causas que me obligaron a abstenerme de la Guerra Civil. Para mí se trataba de un desgarro del alma de España, a (causa de) los violentos tirones que sobre ella ejercían los dos bandos en lucha armada, es decir, un caso más, sólo que más trágico y feroz, del separatismo innato que a todos nos aflige".

Su obra España, ensayo de historia contemporánea (1931) constituye una aguda reflexión sobre los problemas del país. En la edición ampliada de 1942, publicada en Buenos Aires, Madariaga, como apunta Hugh Thomas, sostendrá que la lucha entre las dos corrientes del PSOE, una revolucionaria y otra moderada, hizo "inevitable" el estallido de la Guerra Civil.

Madariaga se "abstiene" de la Guerra; pero la suya no será una inhibición aséptica: tan implacable se mostrará con Franco como con la República en guerra. Precisamente en mayo de 1938, a propósito de la publicación de los Trece Puntos de Negrín, Madariaga critica duramente los argumentos plasmados en el documento: "(...) Negrín anunció al mundo sus Trece Puntos, que tenían todo el aspecto de oferta de paz. Eran la perfección misma en sí, pero tan lejos de los hechos y prácticas del Gobierno que los propugnaba que no podían inspirar confianza a nadie (...). Se propugnaba el mantenimiento de la independencia de España y su liberación de los extranjeros que la invadían y la penetraban económicamente, pero lo decía el hombre que había entregado España a los rusos (...)".

Su posición le grangea la animadversión de unos y de otros. Agustín de Foxá, en uno de sus artículos, recogido por Andrés Trapiello en Las armas y las letras, le denigra violentamente: "La Nueva España (...) respeta mil veces más a los rojos, que nos combaten cara a cara, que a ti, pálido desertor de las dos Españas, híbrido como las muías, infecundo y miserable". En parecidos términos es catalogado por Giménez Caballero, que lo inscribe en la tercera España "ginebrina", "afrancesada" y "masónica", tanto o más perversa que la comunista.

Tercera España víctima de lo que, en 1942, Madariaga denomina la "Guerra de los tres Franciscos": Franco contra Largo Caballero; y un tercero, Giner de los Ríos, padre intelectual de la República que no pudo ser -la que Madariaga auguraba en 1931-, que, a la postre y postumamente, es el que sale más duramente derrotado.

Liberal convencido, Madariaga continúa su labor crítica durante la Dictadura. En 1962 se erige en impulsor del llamado Contubernio de Múnich, reunión en la ciudad alemana de opositores al franquismo de todo signo. Para entonces había alcanzado fama mundial como historiador, ensayista y poeta. Poseedor de una gran cultura humanística, ya en 1936 había sido elegido académico de la Lengua; no tomará posesión del sillón "M" hasta 1976.

Autor de un buen número de ensayos, obras históricas (España, Vida del muy magnífico señor Don Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Bolívar, o la publicada postumamente Carlos V) y novelas (El corazón de piedra verde), en todos sus escritos apela a la libertad individual y la solidaridad humana. Otro de sus volúmenes más celebrados, Ingleses, franceses, españoles, ejemplifica su perspicacia en la observación de tipos humanos. De los anglosajones, con quienes convive durante años, dirá, en una de sus citas recurrentes, que su conciencia no les impide cometer pecados, sino sólo disfrutar de ellos.

Presidente de la Internacional liberal, en consonancia con su vocación europeísta encabeza la sección cultural del Movimiento Europeo instituido en 1948, clave para la emergencia de una idea de Europa. Es además fundador del Colegio de Europa en Brujas (Bélgica). Premio Goethe en 1967 y Carlomagno en 1973, estos galardones refrendan su trayectoria al servicio de la unidad y la solidaridad entre los pueblos de Europa.

Madariaga no regresa a España, y por breve tiempo, hasta 1976. Muere en Locarno (Suiza) el 14 de diciembre de 1978 sin haber dejado de ser, como dirá Dámaso Alonso, un pacifista empecinado «"la paz universal, en verso y en prosa".

sábado, 23 de febrero de 2013

Ramón González Peña (1888-1952)


Minero asturiano líder de la Revolución de 1934, su fiel compromiso con el socialismo le lleva a involucrarse en el 'Gobierno de la Victoria' de Negrín como responsable del Ministerio de Justicia

Su nombre es sinónimo de mito en la minería asturiana. Ramón González Peña, líder obrero en la teoría y en la práctica y presidente del sindicato UGT, avanza un paso más en su trayectoria política cuando Negrín le escoge en abril de 1938 para responsabilizarse de una de las carteras más problemáticas de su nueva Ejecutiva, la de Justicia.

"En momentos de Guerra Civil las leyes han de ser severísimas". Su tajante afirmación, hecha en mayo de este mismo año, podría hacer suponer un mandato implacable e inexorable. Y sin embargo, González Peña caracteriza su ocupación ministerial por una máxima radicalmente opuesta. Demostrar la bondad de la República, apaciguando los rumores (y no tan rumores) de cruel represión y persecución inclemente. Durante su mandato, su figura sobresale por encima de sus decisiones. Los Tribunales Especiales de Guardia para delitos de espionaje y traición serán su mayor y más polémica aportación, pero también se preocupará de la asistencia a reclusos enfermos. González Peña está empeñado en hacer ver al mundo el carácter humanitario de la República, una determinación que condicionará incluso su comportamiento durante el transcurso del juicio al POUM -cuya cúpula permanece encarcelada tras las revueltas de Barcelona en mayo de 1937- que se celebrará en octubre del 38, evitando la condena a muerte de sus dirigentes.

No es, sin embargo, su calidad moral lo que le lleva a formar parte del nuevo Ejecutivo del doctor Negrín. Más bien es el incondicional apoyo que el sustituto de Largo Caballero profesa al presidente republicano la llave que le abre la puerta de su despacho. Son tiempos difíciles los que corren para Negrín, y éste busca desesperadamente aliados para su Gobierno de la Victoria. González Peña resulta perfecto para el cargo, por su lealtad y porque acumula dilatada experiencia en plazas tanto o más comprometedoras. Con él arrastra una fama nacida en la Revolución de Asturias, de la que se erige como promotor y organizador, y reverdecida desde su cargo de secretario general de la UGT.

Asturias marca la vida de este hombre nacido en 1888 (La Rehollada), una tierra en la que madura a golpe de pico -no en vano, trabaja como minero desde el preciso instante en que su cuerpo puede soportar el peso de una vagoneta, a la edad de 11 años- y por la que, a su forma de ver, luchará incansablemente, casi hasta la muerte. Su primer campo de operaciones se desarrolla en el terreno político. Afiliado al PSOE con tan sólo 15 años, joven mitinero a la salida de las bocaminas -de las que él también emerge- e incansable trabajador de y para el partido, en 1921 logra su primer cargo político al ser elegido concejal de Ablaña. Su combativa actitud en defensa del trabajador minero le aúpan como vicesecretario del sindicato del ramo, y de ahí, a la Secretaría de la Federación Nacional.

Su principal ocupación en este cargo es recorrer España en busca de nuevos afiliados y organizando delegaciones locales, y será en uno de estos viajes donde encuentre su nueva patria, Huelva. Como recogen con tono poético casi todas sus biografías, será "a orillas del río Tinto" donde el político socialista (y afiliado a UGT) tenga noticia de la proclamación del nuevo régimen republicano y será también esta demarcación onubense por la que resulte elegido como diputado a Cortes durante la Segunda República, aunque González Peña alternará los periodos de plácida labor parlamentaria con otros mucho más convulsos, un calificativo que define perfectamente su situación durante la República del desencanto.

Es 1934. Bajo el puesto de presidente de la Diputación Provincial de su tierra natal, Asturias, da forma y contenido a la Revolución de Octubre, la violenta revuelta social que vive el Principado para manifestar su disconformidad con el Gobierno de derechas que ostenta el poder. Para algunos investigadores, como Juan José Menéndez, González Peña es "el Generalísimo de la Revolución", el líder de la insurrección minera que marcará un antes y un después en el movimiento obrero. Suyas son frases como "al fascio no se le amansa con música, sino con fusiles" e intervenciones tan importantes en el conflicto minero como la que evitó la voladura de la catedral de Oviedo.

Detenido en Ablaña en diciembre de 1934 tras quedar sofocada la revuelta minera, es acusado de haber asaltado el Banco de España, y por supuesto, de instigador de la Revolución. La condena, dos meses después, en febrero de 1935, es tajante: muerte.

La reacción popular que se genera al conocer la sentencia es enorme. Obreros e intelectuales claman por su liberación. Las voces traspasan las fronteras a golpe de eslogan ("¡Salvad a Peña!") y regresan hasta oídos de Niceto Alcalá Zamora, quien le conmuta la pena capital por la cadena perpetua. El cambio de Gobierno del 36 le otorgará la libertad definitiva.

Como relata la periodista Raquel Rincón, "es entonces cuando comienza la escalada de González Peña". Tras su paso por prisión, las últimas elecciones republicanas le devuelven su acta de diputado pero el estallido de la sublevación militar interrumpirá nuevamente su renacida actividad parlamentaria.

Durante los primeros compases de la contienda civil, González Peña, como señala el investigador Ramón Puche Maciá "no tiene actuaciones especialmente destacadas", si bien otros colegas como Rubio Cabeza le sitúan como comisario político del Ejército republicano en Asturias. No será hasta octubre de 1937 cuando su nombre vuelva a adquirir notoria relevancia.

La crisis desatada en el seno de UGT entre González Peña y Largo Caballero se salda con la expulsión de este último de la Presidencia y la asunción del cargo por el propio González Peña, en octubre de 1937. Desde este puesto se ocupa de devolver la calma interna a la organización y destaca la importante alianza firmada en marzo del 38 con su rival CNT en el Pacto de Unión para aunar sus fuerzas contra el imparable bando nacional. Un mes después, Negrín le convoca para que se integre dentro de su nuevo Gabinete como ministro de Justicia, un nuevo cargo que acepta merced a su ya mencionada afinidad con el presidente.

Concluida la Guerra, huye a Francia donde colabora con la SERE (Servicio de Emigración para los Republicanos Españoles) y, tras el avance alemán sobre el país vecino, escapa a México. Expulsado del PSOE por Indalecio Prieto, y acusado de permanecer en el último Gobierno republicano sólo por sacar rédito económico, en el país norteamericano sobrevive a su etapa más difícil, alejado de su querida Asturias, hasta que fallece en 1952, en la más absoluta miseria.

viernes, 22 de febrero de 2013

Jaime Aiguadé i Miró (1882-1943)


Involucrado en política siempre desde la izquierda catalanista, este médico, periodista, diputado y alcalde de Barcelona durante la Segunda República, ocupa varios cargos en los gobiernos de Largo Caballero y Juan Negrín

En abril de 1938, Jaime Aiguadé repite en el cargo de ministro de Trabajo y Asistencia Social en el segundo Gabinete de Juan Negrín. Ya ha ocupado la misma cartera en el anterior equipo de gobierno, formado el 17 de mayo de 1937, además de haber ostentado el cargo de ministro sin cartera en el segundo Gobierno de Largo Caballero.

Político, médico y periodista, nace en Reus en 1882 y muere en México en 1943, donde llega exiliado junto con su hermano Artemio, consejero de Seguridad Interior del Gobierno de la Generalitat.

Involucrado desde muy joven en los movimientos de izquierda, Aiguadé mantiene una estrecha relación con importantes sindicalistas como Salvador Seguí o Francisco Layret. Muy activo en su oposición a la dictadura de Primo de Rivera es perseguido y encarcelado en 1926.

Afiliado en un principio a Unió Socialista de Catalunya, ingresa más tarde en Estat Catalá, organización a la que representa en agosto de 1930 en el acto en el que se firma el Pacto de San Sebastián, donde es elegido miembro del Comité revolucionario que encabeza Alcalá Zamora.

Una vez proclamada la República, es elegido alcalde de Barcelona, puesto que ocupará durante dos años, además de ser diputado en las Cortes por Republicana de Cataluña en 1931,1933 y 1936.

Tras la sublevación del 18 de julio, Aiguadé presta su apoyo al bando gubernamental, y desde noviembre de 1936 ocupará diversos cargos en los sucesivos gobiernos de la República.

Cuando en el mes de noviembre del 37 el Gobierno se instala en Barcelona, los órganos de la ciudad y de la Generalitat pierden algunas de sus competencias, ya que los organismos centrales actúan sin tener en cuenta a los representantes locales, restándoles atribuciones y aumentando las injerencias, por lo que las reuniones del parlamento catalán entran en una espiral de rutina que acaba haciendo mella en sus actuaciones y en su relación con el Gobierno de la nación, y que culminarán con la crisis creada por la dimisión de Jaime Aiguadé el día 11 de agosto de 1938. La situación de tensión creada entre el Gobierno de la República y el de la Generalitat queda patente en una carta que el consejero de Cultura, Carlos Pi i Sunyer, le envía a Manuel Azaña: "En virtud de la política anticatalana de Negrín, los catalanes ya no sabían por qué se batían".

En el Consejo de Ministros de ese día, Negrín presenta tres decretos que llevan a la dimisión de Aiguadé y, en solidaridad con él, a la de Manuel de Irujo, ministro sin cartera del Partido Nacionalista Vasco. El primero de estos decretos pretende la expropiación de las industrias de guerra de Cataluña, a petición del subsecretario de Armamento, Alejandro Otero, que había solicitado que todas las industrias armamentísticas quedaran bajo el control de su departamento.

Esta decisión supone el cuestionamiento de la eficiencia de la Generalitat, quien hasta el momento controlaba la industria de guerra catalana, que se hacía imprescindible tras la pérdida del Norte, además de atacar directamente a la única materia de defensa que es aún competencia del Gobierno de Cataluña.

El segundo decreto hace referencia a la creación de una sala de magistrados en Barcelona dependiente del Ministerio de Justicia. Finalmente, el último de los decretos significa poco menos que la militarización de la Justicia con la creación de tribunales especiales militares.

Tal y como relata David Tormo en la obra La Guerra Civil en Cataluña, tanto Aiguadé como Manuel de Irujo, tras consultar con sus respectivos partidos, presentan su dimisión ante Negrín, lo que abre la que se conoce como la crisis de agosto de este Gobierno.

Negrín desaparece de escena unos días, hasta reunirse el día 15 con Tarradellas, Companys y Pi i Sunyer, entre otros, informándoles de su posible dimisión. Pero al día siguiente da por zanjada la crisis con el nombramiento de Josep Moix, del PSUC, en sustitución de Aiguadé, y de Tomás Bilbao, de Acción Nacionalista Vasca, por Irujo.

Ese mismo día, Negrín acude ante Azaña para presentarle a los nuevos miembros del Gabinete y solicitarle su conformidad, además de pedirle la firma de los tres decretos presentados en el Consejo de Ministros del día 11. Azaña firma dos de ellos, negándose a firmar el concerniente a la militarización de la Justicia, por considerar que atentaba contra los valores democráticos proclamados por la República.

Las últimas sesiones de la Generalitat quedan paralizadas por la crispación abierta tras la marcha de Jaime Aiguadé del Gobierno central, lo que sumado al nombramiento de Moix supone un duro golpe para el débil Ejecutivo que presidía el Gobierno catalán, en el que comienzan a ser frecuentes los enfrentamientos entre Companys y el secretario general del PSUC, Joan Comorera.

Terminada la Guerra, Aiguadé se exilia a Francia, donde formará parte del SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles), que es constituido por la República en París en marzo de ese año. Este órgano se encarga de ayudar a los refugiados en Francia con subsidios y organizándoles la salida hacia otros países. Sin embargo, los criterios de selección, ligados a cuestiones políticas y profesionales, priorizan la salida de los cuadros técnicos y políticos, lo que le acarrea graves críticas.

El Consejo del SERE está formado, además de por Aiguadé, por otras personalidades como González Peña por parte del PSOE, Federica Montseny, de CNT-FAI, o Julio de Jáuregui, del PNV. El organismo se completa con una ponencia interministerial y dos secretarios generales, Bibiano Fernández Ossorio y José Ignacio Mantecón. El presidente del Consejo es Pablo de Azcárate.

Además de su intensa labor política, Jaime Aiguadé publica numerosas obras, entre las que destacan La lealtad de la época, Con Cataluña y para Cataluña y Cataluña y la revolución. Es también colaborador habitual de publicaciones como Athenaeum y Justicia Social.

Desde el exilio, primero en Francia a partir del final de la Guerra, y dos años más tarde en México, donde fallecerá en 1943, Aiguadé colabora asiduamente con publicaciones como El Pueblo Catalán, La Revista de Cataluña y el Boletín del Sindicato Médico de Cataluña.

jueves, 21 de febrero de 2013

R. Fernández Cuesta (1897-1992)


Fundador de Falange junto a Primo de Rivera, la Guerra le sorprende en Madrid, donde es detenido durante 18 meses. A su regreso a la zona nacional, Franco le nombra secretario general de FET y de las JONS

"Que vuestra nobleza sea la obediencia! ¡Que vuestros mismos mandatos sean obediencia! Debéis hacer que os manden siempre todo lo que os place". Estas frases de Friedrich Nietzsche han sido inspiradoras para muchas formaciones políticas, pero se hacen máxima fundamental en un partido como Falange Española, basado en los principios de la autoridad, la fuerza y el mando. No resulta fácil para un grupo político así funcionar, ni mucho menos dirigir a otros, sin un líder claro. Cuando José Antonio Primo de Rivera es encarcelado en marzo de 1936 y ejecutado en noviembre de ese mismo año, el partido por él fundado pierde lo más importante de todo movimiento autoritario que se precie: el jefe. Muchos serán los que aspiren a ocupar el espacio dejado por Primo de Rivera, pero es el político madrileño Raimundo Fernández Cuesta quien logra, a finales de noviembre de 1937, el beneplácito de Franco para capitanear uno de los pilares del Movimiento Nacional.

Raimundo Fernández Cuesta nace en Madrid en 1897, y sus primeros pasos no van encaminados hacia la política, sino hacia el Derecho. Cursa la carrera en la Universidad Central y posteriormente gana las oposiciones a notario y al cuerpo jurídico de la Armada. Conoce a José Antonio Primo de Rivera, de quien se hace amigo y con el que funda, en 1933, Falange Española. Un año después, tras la fusión con las JONS en marzo de 1934, Fernández Cuesta pasa a formar parte de la Junta de Mando y, en noviembre, de la Junta Política. Y siguiendo con su meteórica carrera, poco después es designado secretario general.

En febrero de 1936 se presenta como candidato a Cortes por las circunscripciones de Madrid y Jaén, con resultados negativos. Un mes después, Falange es ilegalizada y Fernández Cuesta es detenido en Madrid por orden de las autoridades republicanas. En esta situación le sorprende el estallido de la Guerra Civil. También en la cárcel le llega la noticia de la unificación de las fuerzas políticas de la zona nacional, en abril de 1937, lo que no le produce mucha ilusión. El escritor y periodista Julián Cortés, que se encuentra en prisión con Fernández Cuesta cuando se conoce la integración, asegura que éste "estaba indignado, furioso, porque se había llegado a la unificación. Decía que era intolerable; que no estaba concertada". En octubre de 1937, es canjeado por el político republicano Justino de Azcárate y pasa a la zona nacional tras haber permanecido 18 meses en prisión.

Una vez en zona nacional, su presencia levanta un runrún incómodo en algunos sectores. Fernández Cuesta es uno de los escasos militantes originarios de Falange supervivientes, a lo que se une su condición de amigo íntimo y albacea testamentario de Primo de Rivera. Tiene, por tanto, cierta ascendencia sobre los falangistas, y se ha mostrado contrario a la unificación.

Si se oponía a la Falange Española Tradicionalista y de las JONS creada por Franco, podía ser una fuente de disensión interna en la zona franquista. Sin embargo, nada de esto sucede: Cuesta se entrevista con el Generalísimo y, aunque no confía demasiado en él, tampoco le causa ningún problema. Los falangistas puros, liderados por Manuel Hedilla y Dionisio Ridruejo, que tampoco están de acuerdo con la unificación, le ven al principio como un enviado del destino, pero pronto quedan desencantados y le descartan como alternativa al cuñado de Franco, Serrano Suñer, para la dirección del nuevo partido único.

El juicio que hace de él Dionisio Ridruejo es más que despectivo: "Era un hombre con capacidad política normal para una misión pública de segundo rango". En cuanto a Serrano Suñer, Fernández Cuesta advierte su hostilidad desde el mismo momento de su vuelta. De todos modos, el concepto que Suñer tiene de él tampoco es muy bueno; más bien lo considera un hombre limitado y sin posibilidades de constituir una amenaza seria.

Sin embargo, Javier Tusell habla de la importancia que puede llegar a tener en las facciones monárquicas. Según Tusell, Fernández Cuesta es un monárquico convencido, a pesar de sus discursos revolucionarios. Esto inspira confianza en los alfonsinos, que a través del ABC de Sevilla le dedican amplias informaciones. En la capital andaluza, interviene en un mitin junto con el general Queipo de Llano y Ridruejo, al término del cual anuncia una posible situación en la que se reclamase "una determinada forma de representación simbólica" y a la que, según él, Falange no tendría nada que objetar. Al día siguiente, entre el alborozo de los monárquicos, ABC le dedica un editorial titulado He aquí un hombre. Pero la simpatía del sector monárquico no le sirve de mucho, a no ser para perder puntos ante los falangistas.

Viendo que Fernández Cuesta no es un hombre conflictivo, Franco le confía la Secretaría General de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y le otorga la condición de secretario del Consejo Nacional. Su ascensión desde que vuelve a la zona sublevada es rápida, a pesar de no contar con el aprecio de Serrano Suñer. No obstante, Suñer no pone ninguna traba a los nombramientos de Cuesta; al fin y al cabo, su relación familiar con Franco y el poder que ya acumula en el nuevo partido le colocaban en una posición desde la que poco tiene que temer. De hecho, cuenta Julio Gil Pecharromán que Franco le había ofrecido el puesto a Suñer, ya que veía en él al líder perfecto de la Falange franquista, pero éste lo rechaza debido a su temor a no ser aceptado por la vieja guardia y a la poca enjundia del puesto, insuficiente para sus ambiciones.

Fernández Cuesta, por tanto, se convierte en el hombre ideal de Franco y Serrano Suñer. Por un lado, es respetado por ser fundador de Falange y amigo de Primo de Rivera; por otro, su encarcelamiento y la ausencia de una facción concreta que le apoyara han reducido su poder; en tercer lugar, está dispuesto a colaborar en la normalización del nuevo partido, a pesar de sus reservas iniciales.

Así, el 2 de diciembre de 1937, tras la jura del Consejo Nacional de Falange en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, Fernández Cuesta ejerce por primera vez como secretario general. Y no defrauda la confianza que Franco había puesto en él. En la primera reunión se opone a la propuesta del monárquico Eugenio Vegas de elegir a seis consejeros miembros de la Junta Política del Estado (los otros seis eran nombrados por Franco), dejando así en manos del Generalísimo la designación de todos los miembros.

Su capacidad para conservar la fidelidad hacia Falange y, al mismo tiempo, colaborar con la estructura de poder creada por Franco le abre también las puertas del primer Gobierno franquista, formado en enero de 1938. Mientras Hedilla está confinado, Fernández Cuesta representa a Falange en el Gabinete con su cargo de ministro de Agricultura, que desempeña hasta 1939. Su ascensión política, de todas maneras, no parece complacerle demasiado. El propio Fernández Cuesta confesará que el nombramiento le sorprendió debido a que no era experto en agricultura. "Pensé que a lo mejor se me eligió con la idea de realizar en el campo la reforma agraria que queríamos los falangistas", recuerda, "pero, dada la situación de la Guerra, eso era totalmente imposible". Incluso, según Tusell, llega a pensar que su nombramiento como ministro ha sido una maniobra de Serrano Suñer para hacerle fracasar.

Así, su tarea en el Ministerio no es demasiado brillante. En primer lugar, su desconocimiento en el ámbito de la agricultura le lleva a delegar casi todas sus funciones en colaboradores técnicos, dirigidos por Dionisio Martín, que lleva a cabo una contrarreforma agraria bastante distinta de los planes falangistas. Su peso en el Gobierno, además, es escaso, y las tareas burocráticas de la Secretaría General de FET y de las JONS consumen buena parte de su tiempo y esfuerzos, por lo que acaba relegado a lo que Julio Gil describe como un papel casi simbólico en el Consejo de Ministros.

Por otra parte, sus relaciones con otros compañeros de Gabinete, especialmente con los carlistas, no son precisamente buenas. El conde de Rodezno le califica de "frío y anodino, muy parcial y hostil al tradicionalismo", aparte de poco competente. Fernández Cuesta, al igual que el también falangista Pedro González Bueno, defiende fórmulas fascistas en la línea del Gobierno y se opone a las concesiones a la Iglesia de los carlistas, como la supresión del divorcio, la restauración del crucifijo en los tribunales y el restablecimiento de los jesuítas. En ninguna de estas disputas obtiene el apoyo de Franco.

Sin duda, su labor más importante en el Gobierno corresponde a la elaboración de los principios sociales del nuevo Estado. Como secretario general del partido que representaba la tendencia más social de los sublevados, Fernández Cuesta es uno de los protagonistas de la promoción y redacción de una legislación social basada principalmente en el Fuero del Trabajo, aprobado en marzo de 1938, y en la definición del papel de los sindicatos.

En principio, Cuesta redacta junto con sus colaboradores Joaquín Garrigues, Rodrigo Uría, Javier Conde, y Dionisio Ridruejo un proyecto calificado por el propio Ridruejo de "audaz y socializante", con control sindical de la economía y amplio intervencionismo estatal. Cuando lo presenta ante el Consejo Nacional y el de Ministros es rechazado por revolucionario, y Fernández Cuesta tiene que encerrarse en un castillo burgalés con González Bueno y el ministro de Industria, Juan Antonio Suances, para redactar un texto mucho más general y descafeinado, con tintes clericales, que es el que se acaba aprobando.

En el ámbito sindical, Fernández Cuesta es partidario de la independencia del Estado: los sindicatos debían ser un instrumento para la realización de la política económica, tutelados y sometidos por el partido, pero no órganos del Estado. Pese a ello, al final triunfa la postura contraria, es decir, la absorción estatal de las llamadas centrales nacionalsindicalistas.

Estos fracasos, sin embargo, no afectan a su lealtad a Franco, al menos si nos basamos en sus declaraciones públicas. En octubre de 1938 proclama en un mitin que "la unidad española se consigue en la sumisión de todos sus hombres y todas sus partes a una sola disciplina, a una sola obediencia, a un solo jefe". Desde luego, nunca parece dispuesto a convertirse en un contrapoder. Incluso durante el debate de los estatutos de Falange en la Junta Política, después de que Franco denuncie deslealtades e impugne el borrador redactado por Ridruejo, algunos miembros del partido albergan la esperanza de que su secretario general reaccione. Pero su actividad política en Agricultura y el poder de Serrano Suñer impiden que capitanee una rebelión a las injerencias de Franco.

Por otra parte, su prestigio -grande entre los viejos falangistas- es escaso entre las nuevas generaciones, mayoritarias tras el inicio de la Guerra, que le consideran un político de segunda fila. Aunque logra rodearse de unos colaboradores brillantes (Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Uría, Garrigues y Conde), éstos están más cerca de Serrano que de él mismo. Cuando los falangistas Agustín Aznar y Fernando González Vélez caen en desgracia y son arrestados por conspiración, Fernández Cuesta los defiende vagamente y no intercede ante Franco -a pesar de que eran falangistas de prestigio y amigos suyos- por temor a ser acusado de deslealtad al general. Tusell afirma que Cuesta es dirigente de un "instrumento en manos de Serrano y de Franco para eliminar los posibles reductos de resistencia a la hegemonía de éste".

Los últimos compases de la Guerra Civil no tienen buen sonido para Fernández Cuesta. En marzo de 1939 es enviado a Roma para asistir a la coronación del Papa Pío XII, en lo que el propio Fernández Cuesta interpreta como una maniobra de Serrano Suñer para alejarle de España en los momentos finales de la contienda. En agosto de 1939 es destituido como ministro de Agricultura y además es sustituido en la Secretaría General de la Falange por el general Agustín Muñoz Grandes.

Desde entonces, desempeña diversos cargos en la Administración del nuevo Estado y en 1940 es enviado como embajador al Brasil de Getulio Vargas, donde permanece dos años, y en 1943 pasa a ejercer el mismo cargo en Italia. Dos años después, vuelve a España para ser designado presidente del Consejo de Estado en enero de 1945. En julio de este mismo año se integra de nuevo en el Gobierno, esta vez como ministro de Justicia y en 1951 es nombrado, además, secretario general del Movimiento. Fundador de Falange en los duros años de la República y poseedor de un cargo vacío de poder durante la Guerra, Fernández Cuesta vuelve a ocupar ahora un puesto en la dirección del sancta sanctorum político del Régimen.

En 1956 abandona el Gobierno y pasa a dedicarse a la actividad empresarial y la abogacía. Aunque no por esto deja de tener presencia en la vida política. Aparte de su puesto en las Cortes y en el Consejo General del Movimiento, es miembro de las comisiones permanentes de Leyes Fundamentales y de Reglamento, y presidente de la Comisión de Justicia.

En 1974 funda el Frente Nacional Español que, en 1976, tras la muerte de Franco, se transforma en Falange Española de las JONS. A pesar de que desde su puesto de procurador se muestra contrario a la legalización de los partidos políticos, se pone al frente del suyo propio, con el que se presenta a las elecciones generales en varias ocasiones, aunque con escaso éxito. Finalmente, abandona el cargo en febrero de 1983. Fallece en Madrid el 9 de julio de 1992.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Josep Renau (1907-1982)


Polifacético artista valenciano, sobresale como uno de los grandes cartelistas e ilustradores de la propaganda republicana durante la Guerra, una actividad que continuará en sus años de exilio en México y Berlín

Josep Renau es un reconocido artista tanto en el ámbito nacional como internacional. El periodo en el que trabaja con más intensidad es a finales de los años 30, coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil. Renau no sólo realiza su trabajo plásticamente, sino que participa activamente en los debates teóricos en torno al arte y la estética que durante esta época tienen lugar.

Uno de los debates más conocidos en los que participa Renau es el que suscita un enfrentamiento de puntos de vista entre este artista y el pintor Ramón Gaya, donde discuten sobre la función del arte y el papel del artista en la sociedad. "El cartelista", dice Renau, "tiene impuesta en su función social una finalidad distinta a la puramente emocional del artista libre. (...) El cartel de propaganda, considerado como tal, existirá y subsistirá mientras existan hechos que justifiquen su necesidad y eficacia". Este pequeño fragmento refleja la importancia que tenía para Renau la implicación política de artistas e intelectuales. Una idea que le lleva, durante la Guerra Civil, a involucrarse con intensidad junto al bando republicano en tareas de propaganda, realizando gran cantidad de carteles y participando en un buen número de revistas de la época, como Nueva Cultura, fundada por él mismo en 1935, o la revista de cine Nuestro Cinema. También realiza carteles de cine para la productora Cifesa, ilustrando títulos como La hermana de San Sulpicio o La Verbena de la Paloma.

Además de su labor artística, al comienzo de la Guerra, es nombrado director general de Bellas Artes y desde este puesto participa en la salvación del Patrimonio Artístico del Museo del Prado. Ante la amenaza que suponían los constantes bombardeos de la aviación de los sublevados sobre Madrid, el artista guarda parte de la colección en las Torres de Serrano en Valencia hasta que finalmente las obras sean trasladadas a Suiza. En este mismo año, dirige junto a Max Aub, los primeros pasos del periódico Verdad y será uno de los organizadores del Pabellón español de la Exposición de París (en 1937).

Artista polifacético, pinta, realiza murales e ilustraciones, trabaja con la fotografía... pero es con sus carteles con los que alcanza un mayor reconocimiento. Éstos supusieron una renovación del género, fundamentalmente por el innovador uso del fotomontaje, su riqueza iconográfica y la sencillez de sus composiciones.

Nacido en Valencia, su carrera artística comienza junto a su padre, Josep Renau y Montoro, pintor, restaurador y profesor de dibujo, y se completa en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde se licencia en 1925. Un año antes y con tan sólo 18 años, gana su primer concurso de carteles. En 1929 entra en contacto con un grupo de anarquistas y comienza a leer a autores como Bakunín y Reclus. Acude en numerosas ocasiones al Ateneo Libertario y participa activamente en una acción realizada durante la huelga de trabajadores portuarios. En este mismo año inicia diferentes colaboraciones en numerosas revistas. Primero, en la revista de tendencia anarquista Estudios (1929-1937), y luego en otras como Brisas, Crónica, Octubre, Tiempos Modernos y Orto, de la que es director artístico.

Sus colaboraciones no son siempre de carácter pictórico; también escribe artículos que son publicados en revistas como La República de les Letres, La Revista Blanca o Taula de Lletres Valencianes. Además es redactor del número monográfico de la revista Tensor, dedicado a la "Historia de un día de la vida española". En 1930 es portadista de la colección Cuadernos de Cultura y realiza la cubierta para el folleto ¡Acusamos!: el asesinato de Luis de Sirval. A través de la Librería Internacional de Valencia, Renau entra en contacto con la prensa gráfica alemana del momento acercándose a la obra de Káthe Kollwitz y Otto Nagel; y a los fotomontajes de John Heartfield. La obra de este autor y el constructivismo ruso son algunas de las referencias que podemos encontrar en sus carteles.

Renau ingresa en las Juventudes Comunistas en 1931, desde donde intenta incorporar a los intelectuales y artistas valencianos a las luchas de la clase trabajadora. Su militancia en el Partido Comunista le costaría varias detenciones. En 1932 realiza el fotomontaje El camino de la democracia burguesa, donde realiza una dura crítica a las instituciones republicanas en general y a la Guardia Civil en particular. En este mismo año comienza a trabajar como profesor en la Escuela de San Carlos de Valencia, puesto que ocuparía hasta 1936.

Acabado el conflicto, en 1939, Renau se ve obligado a exiliarse y marcha a México, donde desarrolla con más intensidad una de sus facetas como cartelista, la de creación de carteles publicitarios para el cine. "Con una mayor libertad", explica José Luis Martínez, "logra introducir la sensualidad y una carga erótica en los carteles, desconocida hasta entonces en la España de la posguerra". En 1958, decide trasladar su residencia a Berlín Este. A esta ciudad se lleva parte de lo aprendido en el exilio latinoamericano y realiza algunos murales con un cierto estilo mexicano, pero también con influencia del muralismo europeo poscubista.

Sólo regresa a España ocasionalmente, para exponer sus obras en Gerona (1975), Valencia, Yerba de Murcia (1977); y en el Museo Español de Arte Contemporáneo (1978). Josep Renau muere en Berlín en 1982.

martes, 19 de febrero de 2013

Leopoldo Menéndez López (1891-1965)


Encargado de aplacar los focos de resistencia existentes en Teruel tras la toma republicana, pasa a la historia de la Guerra Civil como uno de los jefes militares más eficaces y competentes de cuantos conforman el Ejército leal

Para muchos historiadores, entre ellos Ricardo de la Cierva, Leopoldo Menéndez López es "uno de los jefes republicanos más competentes". Nacido en el seno de una familia de prestigiosa tradición castrense, Menéndez López participa de manera decisiva en la ofensiva que en el mes de diciembre se inicia sobre la ciudad de Teruel, una actuación tan destacada que le servirá de trampolín hacia puestos militares de mayor rango.

Al igual que su hermano Arturo, director general de Seguridad en 1936-cargo que supondrá su arresto y encarcelamiento a manos de los golpistas cuando estalle la sublevación en Calatayud-, Menéndez López ocuparía importantes puestos directivos en el Ejército. Alumno de la Academia Militar a los 16 años, cuando estalla la sublevación es ya comandante de Infantería, así como diplomado del Estado Mayor, y está al mando del batallón presidencial en Madrid.

Otro rasgo que caracterizará su trayectoria militar va a ser su relación con el coronel Hernández Saravia, que siempre le tendrá en cuenta y de quien es su mano derecha. Poco después del levantamiento de julio, el 6 de agosto, este coronel releva al general Castelló en el Ministerio de Guerra y Menéndez se convierte en su subsecretario; además, reorganiza el Ejército, con lo que el comandante se convierte también en el jefe del Estado Mayor y junto con otros jefes y oficiales prepara la intendencia y el armamento. Este Estado Mayor personal del ministro -bajo el control de la Subsecretaría- no es visto con buenos ojos por Largo Caballero, y decide sustituir a Hernández Saravia, destinándole al sector de Córdoba -en el Frente andaluz-, al que también acudirá Menéndez.

La estricta formación militar de Menéndez contrasta con el carácter y la actuación de las milicias de las que está al frente, lo que genera ciertas tensiones y algunos encontronazos. En octubre de 1936, ante la toma por el enemigo de Alcalá la Real (Granada), dice que sus hombres "no obedecen a nada ni a nadie", que hay demasiados comités que sólo ponen trabas y que en el momento decisivo huyen. Tiempo después, durante la Batalla de Brunete, continuará con sus críticas, dando lugar a una célebre frase que definirá la situación en el bando republicano: "El único aquí que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo".

En enero de 1937, los caminos de Hernández Saravia y Menéndez se separan. El primero es destinado a Albacete, y aunque el comandante sigue en su puesto con el coronel Villalba, un mes más tarde decide volver al mando de la guardia presidencial. En otoño de ese año, su valía y sus dotes de mando le llevan a organizar y mantener al 20° Cuerpo de Ejército: tres nuevas divisiones y nueve brigadas encargadas de la defensa del Frente de Aragón. A la cabeza de la operación se encuentra Vicente Rojo y en su plan se incluye la 68ª División, perteneciente a ese cuerpo, la cual habría de formar parte de la columna centro que entraría en Teruel con un regimiento de tanques. Hernández Saravia está al mando de las fuerzas que el día 21 de diciembre entran en Teruel; Menéndez es nombrado comandante militar de la plaza con la misión de reducir los focos de resistencia que continúan activos. El 24 de diciembre de 1937, tres días más tarde, se publica su ascenso a teniente coronel.

Su carrera es meteórica y en febrero de 1938 se hace cargo del Ejército de Maniobra, integrado por tres cuerpos de Ejército; el 20° Cuerpo desaparece e Ibarrola le sustituye en la comandancia militar de Teruel. Un mes más tarde, Menéndez se hace cargo del mando conjunto del Frente Sur del Ebro, pero la situación se complica y se ve obligado a decirle a Rojo: "El cuadro es muy feo y no quiero ocultarle mi preocupación ante esta situación". Menéndez no quiere poner en peligro a sus tropas y empieza una lenta retirada con el objetivo de permitir su llegada a Cataluña y socorrer al general Juan Modesto.

Su actuación en este frente ha sido halagada por casi todos los historiadores; Ramón Salas en su Historia del Ejército Popular de la República dice: "Solamente el día 3 de abril pareció que se derrumbara definitivamente el frente del Ejército de Maniobra (...) tan tenazmente sostenido por el coronel Menéndez". Su profesionalidad se pone de manifiesto en situaciones críticas como ésta, en las que pocos se salvan tan bien como él del nerviosismo generalizado y la confusión absoluta.

Poco después se forma el Grupo de Ejércitos de la Región Central, cuyo jefe es el general Miaja, y Menéndez se hace cargo entonces del grupo encargado de contener la ofensiva nacional en el Maestrazgo. A medida que se va desarrollando el enfrentamiento, se intenta renovar el Ejército Popular; el día 1 de junio los ejércitos de Levante y de Maniobras se unifican y Menéndez se encuentra a la cabeza con unas dotaciones superiores a las previstas por el Estado Mayor Central. La ofensiva en el Maestrazgo y la cuenca mediterránea prosigue con lentitud mientras que las tropas republicanas resisten con destreza y valor. La labor desempeñada en este frente y su capacidad de maniobra hacen que el 16 de agosto de 1938 se le conceda el oficio de general.

Cuando ya se vislumbra el final de la Guerra, el 16 de febrero de 1939, se reúne en el aeródromo de Los Llanos, en Albacete, el general Miaja con los diferentes jefes de los distintos ejércitos, entre los que se encuentra Menéndez, al mando del de Levante. Allí tantean las posibilidades de continuar la resistencia o firmar la rendición; Menéndez opina que sus tropas podrían resistir un ataque unos cuatro o cinco meses más, pero no encuentra el sentido que esto tendría. El presidente Negrín aún quiere esperar para intentar alcanzar unas condiciones de capitulación dignas, pero la oposición de los mandos militares -entre los que prevalece la de un Casado decidido a tomar el mando-enturbiarán la situación.

Cuando el general Casado toma las riendas de la situación, Menéndez adopta una postura mediadora e intenta frenar sus expectativas; tras la relativa victoria comunista en Madrid y el renovado ímpetu de las tropas, se intenta producir una marcha sobre Valencia, pero Menéndez lo frena. Por otro lado, dispone por su cuenta que se libere a los comunistas detenidos en la zona de Levante y que la censura de prensa impida la campaña anticomunista.

Las tropas de Leopoldo Menéndez López continúan en el frente, abandonándolo el 29 de marzo tras recibir la orden firmada por su general. Casado y él, ante la rendición, se dirigen a Gandía para embarcar hacia un exilio que le llevará hasta México, donde fallece en 1965.

lunes, 18 de febrero de 2013

Kim Philby (1912-1988)


Líder del grupo de espías ingleses al servicio soviético conocidos como 'Los Cuatro de Cambridge', acudirá a España con una clara misión que, de haberse cumplido, hubiera cambiado el signo de la Guerra: asesinar a Franco

A HaroId Adrián Russell, más conocido como Kim Philby bien podría considerársele "el espía del siglo XX". Hijo de un alto diplomático inglés, Philby llega a España con una misión clara: matar a Franco. Según un documento del servicio de Inteligencia Militar de Gran Bretaña, el plan de asesinar al Caudillo fue diseñado por Nikolai Yezhov, director del OGPU -organismo predecesor del KGB- y ordenado personalmente por Stalin. Yezhov ordenó al agente Paul Hardt que localizase a un británico para realizar el trabajo sucio. Philby, un joven periodista inglés, de buena familia, idealista y antinazi, es el elegido.

Kim Philby fue reclutado por los soviéticos en la década de los 30, cuando aún vivía en Viena. Al poco tiempo de ser incluido en la esfera de influencia comunista, se traslada de nuevo a su país de origen, Reino Unido. Su misión allí consistirá en infiltrarse en el Servicio Secreto, cuya colaboración con la Inteligencia norteamericana le abriría la posibilidad de conocer al milímetro todos los planes económicos, militares y diplomáticos de EEUU. Para ello, y con absoluta sangre fría, comienza a cultivar la apariencia de hombre de derechas -justo el polo opuesto a sus convicciones personales- necesaria para entrar a formar parte del Servicio de Inteligencia británico. Así, comienza a trabajar en la publicación Review of Rewiews. Al poco tiempo, se alista en la Asociación Angloalemana, cobijo de antisemitas declarados, magnates del mundo de las finanzas y aristócratas simpatizantes de Hitler que tenían hilo directo con el Ministerio de Propaganda del III Reich. Poco tiempo pasaría para que, en colaboración con tres de sus compañeros (Anthony Blunt, Donald MacLean y Guy Burguess), se convirtiera en el doble agente secreto de británicos y soviéticos.

Bajo orden de estos últimos, en 1936 llega a España en calidad de corresponsal del periódico The Times, situándose cuidadosamente al servicio del bando nacional. En ese preciso instante es cuando empieza a fraguarse la trama para asesinar al Generalísimo que, finalmente, queda abortada cuando Hardt, el mentor de Philby, sea reclamado por Moscú y desaparezca sin dejar rastro. Irónicamente, el general Franco acabará condecorando con la Cruz Roja al Mérito Militar al hombre que pretendió asesinarlo. En diciembre de 1937, Philby es alcanzado por un proyectil ruso mientras viajaba en un convoy con varios corresponsales de periódicos europeos, lo que le valió tal distinción, que el propio Caudillo le entregó en mano.

Durante su estancia en España, Philby sabe moverse como pez en el agua sin levantar la más mínima sospecha. En Madrid frecuenta los lugares de moda del momento y no resulta extraño verle en refinados salones y restaurantes como los del hotel Ritz. Philby se comporta con una calculada pulcritud, que nada hace sospechar a nadie. Tan sólo es un joven e inexperto periodista que envía puntualmente su crónica diaria. El desorden monopoliza su vida personal (contraerá matrimonio en tres ocasiones y tendrá serios problemas con el alcohol), si bien en el terreno profesional es un auténtico maniático del orden y cumple a rajatabla cualquier encargo. A la par que desempeña sus funciones de contrainteligencia en España, conoce también al escritor Graham Greene, con el que traba una sólida amistad que se alargará hasta su muerte. En 1968, Greene escribirá el prólogo de un libro de Philby, My Silent War.

Finalizada la contienda española, Philby logra burlar los exhaustivos controles del Servicio Secreto británico y, de vuelta a la isla inglesa, alcanzará la jefatura de la sección antisoviética. No en vano, Londres le llegará a considerar el hombre perfecto y de confianza para mantener relaciones diplomáticas con el Servicio de Inteligencia de Washington. Es nombrado jefe del Departamento Nueve, que se encargaba directamente de la contrainteligencia soviética. De este modo, Philby logra acceso a los dos servicios de Inteligencia más potentes del mundo, cuyos planes y estrategias eran revelados de inmediato al enemigo a batir: Moscú. Teóricamente, su misión es combatir las operaciones de la Inteligencia rusa en suelo británico, pero en realidad actúa como un apéndice del mismo. Su misión era captar a los disidentes soviéticos para después delatarlos.

Además del papel que el célebre espía británico desempeña en la Guerra Civil española, será durante la Segunda Guerra Mundial cuando realmente ponga en práctica los conocimientos aprendidos durante la contienda española. Así, se encargará de dar la voz de alarma al NKVD al conocer que los enviados de Hitler y Churchill se habían reunido para negociar en secreto la firma de un armisticio a espaldas de los soviéticos, de manera que nadie en Occidente pudiera levantar la voz contra la posterior invasión del territorio ruso por parte de las tropas alemanas. La Unión Soviética llegará a tiempo para variar el curso de la contienda mundial.

Junto a sus tres amigos -Blunt, MacLean y Burguess-, Philby era la cuarta pata de un círculo históricamente conocido como Los Cuatro de Cambridge. El reclutamiento de ninguno de ellos había sido al azar. La NVKD tan sólo seleccionaba personas aptas para trabajar para el Gobierno británico y que a su vez difícilmente pudieran ser reconocidos como comunistas. MacLean, Burguess y Blunt, abiertamente homosexuales, estaban alejados del perfil ideal del agente soviético. Philby, simplemente era hijo de uno de los más respetados miembros del servicio exterior inglés. Sin duda alguna, la pieza más importante de todo el grupo fue Philby, quien desde su puesto en el MI5, y como controlador de todo lo que entraba y salía de la Inteligencia británica, era capaz de sabotear cualquier investigación que fuera por buen camino. Nadie sospechó de la doble actividad del espía con más éxito hasta que dos de sus compañeros -MacLean y Burguess- desertaron a la Unión Soviética en 1951. Él haría exactamente lo mismo en 1964.

En el transcurso de su vida, Philby habrá de hacer frente a los insultos de sus más acérrimos detractores, sobre todo en las filas británicas. Tras su fallecimiento, el 11 de mayo de 1988, en las páginas de un conocido periódico británico podrá leerse el deseo de un periodista que esperaba que hubiera tenido "una larga agonía". Sus amigos, sin embargo, lamentarán la pérdida de un hombre excepcional. Los funerales se celebrarán frente al cuartel general del KGB. Miles de ciudadanos le rendirán un sentido homenaje a los acordes de la Marcha fúnebre de Chopin. La Unión Soviética le concederá la Orden de Lenin, mientras que un sello con su rostro circulará durante años por todo el país como homenaje postumo.

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