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sábado, 25 de enero de 2014

Édouard Daladier (1884-1970)

Político francés del Partido Radical Socialista, a pesar de su inicial apoyo a la República acaba secundando las pautas de su homólogo inglés para rehuir el contagio' bélico que podía suponer la intervención en el conflicto

Cuando Édouard Daladier vuelve a Francia después de firmar el Pacto de Múnich -que supone la aceptación por Francia y Gran Bretaña de la ocupa­ción alemana de una parte de Checoslovaquia-, a finales de septiembre de 1938, se encuentra a una multitud que le aclama alborozada. Dicen que al verlos, murmuró: "Idiotas, idiotas...". Cabe preguntarse por qué firmó Daladier un acuerdo que, según su propia opinión, debería haber supuesto que sus propios compatriotas le hubieran linchado.

Édouard Daladier no destaca por su valentía dentro de la política europea de los años 30. A pesar de la intervención de Alemania e Italia en la Guerra Civil espa­ñola, Daladier, partidario en un principio de la República, acaba rechazando la posi­bilidad de que Francia ayude abiertamen­te al Gobierno legítimo. Y cuando Hitler exige la anexión de la provincia checoslo­vaca de los Sudetes, secunda al primer ministro británico Neville Chamberlain en acceder a sus pretensiones. Su deseo de evitar el enfrentamiento con alemanes e Italianos a cambio de lo que fuera, lleva a Daladier al descrédito personal y a Europa a la Guerra-relámpago.

Nacido en 1884 en Carpentras -en la región de la Provenza francesa- realiza un brillante paso por la Universidad. A su término, se convierte en profesor de Historia y comienza su carrera política al ser elegido alcalde de su ciudad natal.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial cambia la política por el Ejército, en el que destaca por su valor. Obtiene varias condecoraciones y es ascendido a capitán por méritos de guerra. Regresa a la vida civil como diputado por Vaucluse, región de la Provenza, con el Partido Radical-Socialista y en 1924, el primer ministro Édouard Herriot le llama para entrar en su Gabinete. En un principio, ocupa el Ministerio de Colonias, y después, el de Obras Públicas. A principios de 1933, Daladier alcanza la Presidencia del Consejo de Ministros, que ejerce hasta octubre de ese año. Tres meses más tarde -siempre con el Partido Radical-Socialista-, vuelve a dirigir el Gabinete tras la dimisión de Camille Chautemps. Ostenta el cargo durante nueve meses hasta que los desórdenes organizados por la extrema derecha en 1934 le fuerzan a dimitir, acusado de falta de energía para evitar los sangrientos disturbios. Mal presagio.

El triunfo del Front Populaire, liderado por el socialista Léon Blum, en las elecciones de junio de 1936 es también el momento de la vuelta de Daladier a la arena política: Blum le nombra ministro de la Guerra. Desde este puesto, Daladier se constituye en defensor de la línea más conservadora y reacia al enfrentamiento con Hitler de los militares franceses.

Las reticencias de Daladier a intervenir en la guerra de España son evidentes. Cada propuesta del primer ministro socialista Léon Blum de ayudar a la República topa con la oposición de Daladier. Su ascensión al frente del Gobierno francés en abril de 1938, tras la caída de Blum, supone el triunfo de la política de apaciguamiento y no intervención, en paralelo con las tesis de Chamberlain. Esta línea se plasma en el cierre de la frontera francesa al paso de suministros militares a España, el 13 de junio de 1938, que deja a la República prácticamente incapacitada antes de la Batalla del Ebro.

Poco después, Daladier y su ministro de Exteriores, Georges Bonnet, se oponen frontalmente al plan republicano de responder a los bombardeos italianos sobre ciudades españolas atacando las bases de donde partieran los aviones. 

Esta especie de pánico a todo lo que suponga enfrentarse a Italia y Alemania se revela con claridad cegadora en Munich, en septiembre de 1938. Allí, Édouard Daiadier y Neville Chamberlain fuerzan a Checoslovaquia, con la que Francia tenía un pacto de asistencia mutua, a aceptar las exigencias imperialistas de Hitler sobre su territorio. Ignorando los compromisos de su país con los checoslovacos y los posibles efectos negativos del acuerdo sobre la URSS -y, por supuesto, el carácter antidemocrático y totalitario del Gobierno alemán-, Daladier sigue sumisamente las directrices de Chamberlain y firma con Hitler y Mussolini el Pacto de Munich.

Cabe la posibilidad de que Daladier sospechara que su mansa tolerancia a los atropellos hitlerianos podía ser un grave error, aparte de una capitulación poco honrosa. Su tristeza al volver de Múnich así parece indicarlo, pero ni las reservas morales por la suerte de los checoslovacos, ni la desconfianza acerca de que las concesiones de las democracias occidentales fueran el mejor método para detener el avance del nazismo, influyen en su postura de septiembre del 38.

En los meses posteriores, al menos con respecto a España, tampoco se aprecian grandes cambios en la actitud del primer ministro francés. Cuando las tropas de Franco ocupan Cataluña a finales de enero de 1939, la multitud de españoles en retirada que penetra en Francia es internada en campos de concentración, y muchos de ellos son devueltos a España. El 27 de febrero, Francia reconoce diplomáticamente al Gobierno de Burgos. En su línea, Daladier evita comprometer sus relaciones con los vencedores de la Guerra española.

La política apaciguadora de Daladier se ve definitivamente frustrada el 1 de septiembre de 1939. Hitler ordena a su Ejército atacar Polonia, y Francia y el Reino Unido, ahora sí, le declaran la guerra. Pero Daladier no es hombre de batallas, y su falta de eficacia para dirigir el esfuerzo de guerra le lleva a ser sustituido como primer ministro por Paul Reynaud, en marzo de 1940. Pese a ello, sigue en el Gobierno; primero como ministro de Defensa -ironías de la vida- y después al frente de Asuntos Exteriores. 

Meses después, en junio de ese mismo año, los alemanes entran en París y capturan a los miembros del Ejecutivo francés. Daladier es encerrado en la fortaleza de Portalet, y posteriormente es juzgado por el régimen colaboracionista de Vichy dentro del proceso de responsabilidades de la guerra celebrado en Riom. Como resultado de este juicio, sufre prisión en Alemania y Austria. Los mismos alemanes ante los que Daladier se doblegó en Múnich no tienen piedad con él, ahora que son los dueños de media Europa. Tendrá que esperar a ser liberado por los norteamericanos, en la primavera de 1945, para abandonar su cautiverio y volver a Francia.

Ya en tiempo de paz, Daladier integra la Asamblea Nacional Constituyente que redacta la Constitución de la IV República Francesa en 1946. Desde entonces, continúa su carrera de diputado radical-socialista.

En 1957 ocupa la Presidencia de su partido hasta que en septiembre de 1958, tras la vuelta de Charles de Gaulle al poder y la instauración de la V República, Daladier abandona la Asamblea Nacional. Sus últimos años transcurren fuera de la política activa hasta su fallecimiento en 1970.

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