Adsense

jueves, 7 de enero de 2016

¡El pueblo español es invencible! (en las urnas y en la calle)

El 16 de febrero se ganó la República en las urnas. El 20 de julio se ha conquistado en la calle. Hace 5 meses bastaron los votos, ahora fueran precisas las armas. Y entonces, ahora y siempre, republicanos y obreros han probado que saben ser ciudadanos y hombres. Acuden a la lucha en todos los terreno y en todos consiguen triunfar. Con la ley o al margen de la ley; con la razón o la fuerza. En todas las formas y condiciones, la voluntad del pueblo se impone. Quién se opone a ella, sea el que sea, cuenta con los apoyos que crea contar, es barrido sin esperas ni vacilaciones. 

Los que confiaron en la traición y en las armas que la República puso generosamente sus manos; los que creían fácil esclavizar a un país demasiado bueno, demasiado complaciente para respetarles en sus puestos, incluso después de su victoria electoral, ya se habrán convencido de lo que es, puede y representa el pueblo. Sus falanges armadas, sus poderosos elementos combativos, se han esfumado repentinamente al enfrentarse con la energía valerosa y decidida de las masas populares. Ha provocado unas horas de inquietud; han sembrado de cada vez en suelo de España, pero al final, o huyen cobardemente al extranjero, o tienen que rendirse sin condiciones frente al empuje arrollador del pueblo en armas. 

Todos los milicianos, todos los obreros, todos los republicanos han cumplido heroicamente su deber en esta hora histórica. Frente a la traición, ante los hombres que olvidaron los más solemnes compromisos y los juramentos más sagrados, ellos han hecho lo que tenían que hacer: ponerse en pie como un solo hombre, esgrimir los fusiles, lanzarse denodados sobre los enemigos de la patria y aplastarles sin contemplaciones de ningún género. Pocas horas han sido suficientes para su victoria. Hoy los que creyeron empresa hacedera a su vencimiento, han de comprender que todas las tradiciones son pocas para sojuzgar a un pueblo que sabe morir antes de consentir imposiciones vergonzosas. 

Está muy lejos ya, por fortuna, el 13 de septiembre de 1923. Ya no son posibles ni los golpes de Estado ni las cuarteladas. Podrán, en un momento dado, engañar a los soldados. Al pueblo no se le puede equivocar ni someter. Los que olvidaron esta realidad, la están aprendiendo -¡y dolorosamente por cierto!- a su costa. Las masas populares son invencibles en todos los terrenos. En España es imposible que el fascismo encuentre el camino franco como en Italia o Alemania. Aquí sobra el valor para impedirlo. Y corazones contra los cuales se estrellen todas las maniobras rastreras de la reacción monárquica.

La Libertad Año XVIII Número 5087 - 21 Julio  1936 

miércoles, 6 de enero de 2016

¡Pobres soldados! Hijos del pueblo

En la epopeya vivida ayer por los madrileños- ¡el pueblo del Dos de Mayo el de las esforzadas conquistas liberales, el de las viriles afirmaciones republicanas!- hubo un aspecto de intenso patetismo, de gran fuerza conmovedora, que puso lágrimas de ternura en aquellos ojos que momentos antes centelleaban de rabia frente a la ofensa que se infería a la República, tan amada por las masas populares, prontas a defenderla y vengarla con las armas en la mano y el fuego del patriotismo en el corazón. Nos referimos al triste caso de esos pobres soldaditos que las madres entregaron sin recelo a unos jefes militares que no han sabido ser fieles depositarios del tesoro que se les confiaba.

¡Pobres soldados! Hijos del pueblo, a quienes obliga a pelear con sus hermanos, a matar a sus hermanos, a ser muertos por sus hermanos ... ¡Terrible drama, que fue, en la alegría del triunfo, una punzada en el corazón de temple de los madrileños, una congoja en el que palpita, rebosante de ternuras maternales, en el pecho de los madrileños!

Hay en estas aventuras militares en los inacabables -y por fin acabados- pronunciamientos; en las cuarteladas que han hecho de la historia política de España una serie de episodios que el pueblo español quiere borrar para siempre con su magníficos ejemplos de civismo, una víctima: el soldado.

En él se vincula el espíritu popular, y en él deberían reconocerse, para enaltecerlas, las virtudes de la raza. Pero no se hace así. El soldado ese juguete de las pasiones de quienes esclavizan su voluntad, instrumento de la ambición de sus jefes. Se dispone de su fuerza para  emplearla contra sus propios sentimientos; se le obliga a dar la vida para satisfacer apetencias que le repugnan.

La gloriosa jornada de ayer en Madrid tuvo la nota triste del sacrificio del soldado, del soldado raso, sometido a la obediencia de quienes, en mezquinas maniobras de tipo político, lo utilizaban para fines indignos de alto valor espiritual de esa juventud lanzada a la muerte.

¡Soldados españoles! Para los que habéis caído en la lucha que no buscasteis, que no queríais, y a la que nunca hubierais ido por vuestra voluntad, el pueblo de Madrid tiene lágrimas de un sincero dolor; para los que habéis sido restituidos a los brazos de vuestra madre, palabras de simpatía y de ternura.

Hijos del Pueblo, al Pueblo habéis vuelto. Vivir en él en paz, y que el olvido de esta angustiosa pesadilla os permita consagrados sin preocupaciones ni remordimientos a un trabajo fecundo para la República.

La Libertad Año XVIII Número 5087 - 21 Julio  1936 

martes, 5 de enero de 2016

La fuerza del derecho y el patriotismo del pueblo español

Hace dos días, ante la ofensiva fondo de la reacción y el fascismo, le pedíamos al pueblo que diese la vida por la República. El dramático motivo de la defensa del régimen ha sido interpretado con el valor inimitable, con sacrificio emocionante, con impresionante anhelo superador, por este magnífico pueblo, que no ha vacilado en ofrecer su vitalidad a la propia muerte, si con eso esta insuperable demostración de humanidad se puede salvar un régimen cuyos principios esenciales son la libertad y el derecho.

Y es principalmente esa vitalidad -alto nivel de espíritu, convicción profunda del ideal, condiciones morales en las que se fraguan las heroicas resoluciones que perpetúan los valores de una raza- lo que nuevamente ha impedido que se le arrebaten al pueblo sus derechos y sus libertades. El pueblo ha vencido, sobre todo, porque luchaba materializando el axioma de la voluntad de triunfar, y en contraste con la decadencia de los que de la lealtad y del honor han hecho tabla rasa.

El ejército -y desde luego reconocemos las excepciones individuales-, minado por la corrupción reaccionaria, se ha levantado en armas contra la República. El ejército ha fracasado. Más aún: las dimensiones de su derrota significan el comienzo de un derrumbamiento definitivo que todos tendríamos que lamentar. Pero no queremos incluir en ese fracaso los militares que, por haberse dejado conducir por manos extremadamente ambiciosas de poder, aparecen como desleales, y han incurrido en el error de iniciar una lucha fraticida, y que acaso en el ambiente exacto de la profesión de las armas hubieran rendido al país una utilidad aceptada en todos los regímenes en todos los sistemas de gobierno. Pero alguien ha sembrado en ellos los sedimentos de muchas ofuscaciones tradicionales -la militarada de siglo XIX, entre otras- que no han dejado paso a las concepciones modernas.

Por eso no queremos insistir demasiado en la afirmación de que el Ejército ha sido derrotado. Lo ocurrido es la derrota de la traición, de la ambición, de la intransigencia, el antiguo sentido militarista, de las viejos posiciones absolutistas, que en los tiempos actuales aparecen adscritas a la peor de las vilezas, que es la de la deslealtad al propio compromiso de honor.

Todo esto lo ha vencido el ciudadano sencillo y patriota. Tipo uniforme de ciudadano, que es corriente en el pueblo. Ciudadano generoso, pero que no concibe que ningún hombre puede vivir sometido a otro, ni aún en el caso de reconocer en esta alguna superioridad. La derrota de esta parte desleal del Ejército tiene innegable magnitud histórica. 

Resulta, además que ese ciudadano sencillo y noble ha hecho de la profesión militar una virtud inquebrantable. Y le hemos hallado, con motivo de los sangrientos sucesos provocados por una parte execrable del Ejército, en la Guardia Civil, de los guardias de Asalto, de los Carabineros, de los aviadores y también en el soldado raso que tuvo la desgracia de seguir a sus torpes inductores. Su ejemplo de fidelidad y de acatamiento al Poder legítimo merece hoy el aplauso entusiasta de todos los españoles conscientes y honrados.

Y, en definitiva, ha triunfado el pueblo -eternidad de la democracia-, que quiere permanecer al margen de los manejos y de los cataclismos de las ambiciones impuras. Nosotros celebramos ese triunfo con todo nuestro corazón de demócratas. Entre otras cosas, porque el pueblo es el eje de todos los avances sociales que han de transformar brillantemente la vida española. Cuando el pueblo triunfa, su éxito es permanente por encima de todas las acepta asechanzas y de todas las invenciones políticas. Es la razón, la verdad, el derecho. Desde ahora, nuestra fe en el pueblo será, si es posible que alcance mayores proporciones, toda la razón de la existencia de LA LIBERTAD.

La Libertad Año XVIII Número 5087 - 21 Julio  1936