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lunes, 11 de marzo de 2013

Julián Besteiro (1870-1940)


Intelectual y socialista, se aleja de las posiciones cada vez más revolucionarías de sus compañeros del PSOE y encabeza, contra la voluntad de Negrín y los comunistas, un Consejo de Defensa para negociar la rendición

El 19 de octubre de 1917, el profesor Besteiro, encarcelado por su participación en la huelga general revolucionaria que ha conmocionado el país unos meses antes, explica a su mujer, Dolores Cebrián, desde la prisión de Cartagena: "El movimiento de opinión a favor de nosotros es ya bastante grande para arrollarlo todo y la masa socialista y obrera está ya tomando en todas partes resoluciones favorables y acertadas, por su propia cuenta. Tendrán que ceder a esta corriente o ser arrastrados por ella".

Más de 20 años después, el 2 de diciembre de 1939, nuevamente preso, esta vez en el penal de Carmona (Sevilla), tras presidir las Cortes Constituyentes de la República en 1931 y perder una Guerra Civil, el optimismo permanece. De nuevo escribe a su esposa, ahora a propósito de la situación mundial: "Me parece entrever que, a través de grandes complicaciones, se va afirmando la misma posición que yo he adoptado, no sin riesgos por varios lados, con ocasión de nuestro conflicto. Yo comprendo que, a mis años, es un poco arrogante mirar con cara risueña el porvenir; pero, ¿por qué no? Mientras hay vida y salud hay porvenir y bueno es poder confiar en él". Nueve meses después muere en la prisión.

Julián Besteiro nace en Madrid el 20 de septiembre de 1870, hijo de José Besteiro y de Juana Fernández, y a los nueve años ingresa en la Institución Libre de Enseñanza. La ILE, fundada en 1876 por un grupo de catedráticos desafectos de los dogmas morales vigentes, entre los que destacaba Francisco Giner de los Ríos, se convierte hasta la Guerra Civil en la más importante institución cultural española y trae al país las más avanzadas teorías pedagógicas y científicas de allende las fronteras.

En 1888 Besteiro ingresa en la Universidad Central de Madrid. Allí conoce a Nicolás Salmerón e inicia su actividad política en la Juventud Estudiantil Republicana. Siete años después obtiene su título de doctor en filosofía, se traslada durante un año a la Universidad de La Sorbona en París y a su regreso gana la cátedra como profesor de Psicología Lógica y Filosofía Moral en un instituto de Toledo donde permanece hasta 1912.

El joven profesor frecuenta en la ciudad manchega la Casa del Pueblo e ingresa en 1903 en Unión Republicana, partido que fundan ese mismo año Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux. El sector de Lerroux se separa más tarde y toma el nombre de Partido Radical, al que pertenece Besteiro hasta 1912. Pero ya dos años antes de esta fecha inicia su conversión al marxismo durante una visita a Alemania en la que entabla amistad con Kaustky y se convierte en seguidor de la corriente ortodoxa que, dentro del movimiento socialista, éste encabeza contra la vía reformista que propugna Bemstein.

El despegue profesional y político de Besteiro tiene lugar en 1912. Es entonces cuando gana la cátedra de Lógica Fundamental en la Universidad de Filosofía y Letras de Madrid y se afilia al PSOE y a la UGT. Un año después es elegido concejal del Ayuntamiento de la capital y contrae matrimonio con Dolores Cebrián, catedrática de Ciencias Físicas a la que conoció durante su estancia en Toledo. En 1914 y 1915 pertenece a los comités nacionales del partido y del sindicato socialista.

1917 es un año convulso en el mundo. La Gran Guerra se libra en toda su crudeza. Mientras las ciudades europeas son asediadas sin tregua y los ataques submarinos asolan los mares, en la neutral España el sistema político de la Restauración entra definitivamente en crisis. Al tiempo que importantes sectores militares plantan cara al Gobierno de Eduardo Dato, la estrategia política de los socialistas se radicaliza y su sindicato, la UGT, llama a la huelga general revolucionaria en agosto. El texto de la proclama lo firman los cuatro miembros del Comité de huelga: Francisco Largo Caballero y Daniel Anguiano, por el sindicato y Andrés Saborit y Julián Besteiro por el PSOE. Este último es el único de los cuatro que no procede de la clase obrera. La huelga parece ser el recurso final, de urgencia, que poseen las organizaciones obreras para intentar mejorar la generalizada situación de miseria en la que agoniza la mayor parte de la población.

La represión del movimiento revolucionario es muy dura. Las ametralladoras disparan contra los manifestantes en Cuatro Caminos, hay numerosos muertos y heridos y el Comité revolucionario en pleno es detenido, juzgado en consejo de guerra y condenado a cadena perpetua.

Besteiro es encerrado junto a sus compañeros en la prisión de Cartagena y allí transcurre apenas un año curiosamente plácido. Como explica en las cartas que escribe a su mujer, la reclusión a la que se ven sometidos resulta muy relajada. Habitan unas dependencias especiales ajardinadas, evitan el rancho carcelario con las ricas viandas que reciben de una fonda próxima, y disfrutan de un régimen especial que les permite recibir todas las visitas que desean e incluso almorzar con ellas. La popularidad de los recluidos es enorme en toda España, las muestras de adhesión muy numerosas, e incluso los políticos conservadores, enemigos acérrimos de los revolucionarios, se refieren a ellos con respeto. Numerosas fotografías durante su internamiento muestran a un Besteiro sonriente, cigarrillo en ristre y con traje de recluso, acompañado de su mujer, a la que por otro lado escribe casi diariamente.

En 1918, los miembros del Comité revolucionario son elegidos diputados en las Elecciones Generales y abandonan la prisión. Desde su escaño en las Cortes, Besteiro denuncia la represión gubernamental durante la huelga del año anterior. Pero algo ha cambiado en su pensamiento tras la experiencia revolucionaria. El ánimo del ya no tan joven profesor de Lógica (tiene 48 años) se ha templado, su marxismo ha adquirido tonos de moderación y pragmatismo que se hacen especialmente visibles durante la década posterior.

Los socialistas, con excepciones como la de Indalecio Prieto, van a mantener una actitud de innegable colaboración con la dictadura que el general Miguel Primo de Rivera instaura en España en 1923 tras un pronunciamiento, evitando así la persecución a la que se ven sometidos los anarcosindicalistas de la CNT. Julián Besteiro es el principal adalid de tal política -junto con Largo Caballero- y en 1925 se convierte en el máximo dirigente del PSOE.

A principios de 1931 la dictadura agoniza, al igual que la monarquía de Alfonso XIII, que no impidió su advenimiento. Los diferentes partidos de la oposición republicana se unen en un Comité revolucionario. La negativa de Besteiro a que el PSOE participe en este Comité provoca una grave crisis en la organización que, cuando su posición se demuestra minoritaria, le obliga a dimitir de sus cargos en la dirección del partido y en la UGT. Sus seguidores, Saborit, Martínez Gil, Ovejero y Tritón Gómez hacen lo propio. Este último declarará más tarde: "Cuando los hombres proceden de semejante manera pueden errar o acertar, pero merecen seguirles hasta la muerte". Los llamados besteiristas constituyen desde entonces una corriente de opinión en el partido que tiene en el semanario Democracia su órgano de expresión.

La Monarquía se hunde, se proclama la Segunda República el 14 de abril y tienen lugar elecciones a Cortes Constituyentes tres meses después. Julián Besteiro es elegido por unanimidad presidente de las primeras Cortes republicanas.

Ha ascendido a la cúspide institucional del nuevo Estado pero ya no cuenta nada en un partido socialista cada vez más radicalizado y escindido entre las figuras de Prieto y Largo Caballero. En agosto de 1933, abandona la Presidencia de las Cortes y en octubre del año siguiente se opone a las veleidades revolucionarias de los socialistas durante la insurrección con la que partidos y sindicatos de izquierdas buscan acabar con el Gobierno conservador de Lerroux.

Besteiro abandona entonces la política activa y recupera su actividad docente. El 28 de agosto de 1936, cuando los cadáveres se amontonan ya en las cunetas de un país en plena Guerra Civil, es nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid.

Durante la Guerra, Besteiro se niega a abandonar Madrid, en cuya circunscripción su candidatura en la lista del Frente Popular había sido la más votada en todo el país en febrero de 1936, y sólo saldrá de la capital en una ocasión, en mayo de 1937, cuando se traslada a Gran Bretaña como representante institucional del Gobierno republicano para asistir a la coronación de Jorge VI de Inglaterra. Pero no se trata sólo de un viaje diplomático. El presidente de la República, Manuel Azaña, le encarga la misión de negociar la paz con los sublevados de Franco. Pero ni éstos ni el, a la sazón, presidente del Gobierno, Largo Caballero, se muestran muy dispuestos a la negociación y la iniciativa fracasa.

La sangría ibérica continúa, la República se halla cada vez más arrinconada. En marzo de 1939, el Ejército nacional acaba de tomar Cataluña y sólo Madrid resiste ya a las tropas franquistas. La situación es dramática pero el presidente Negrín, sometido cada vez más al férreo control del PCE, se niega a capitular, declara el estado de guerra, tres años después de su inicio, y se prepara para ceder a los comunistas el control de lo que queda del Ejército republicano. La consigna ya no admite retóricas ni enumeraciones propagandísticas: se trata de resistir, resistir hasta el fin.

Esperan que la conflagración inminente que se avecina en Europa estalle al fin cambiando el curso de su desesperada situación. Pero algunos republicanos, horrorizados ante la posibilidad del control absoluto del poder por los comunistas y desesperados por poner fin al derramamiento de sangre en una situación que, a su juicio, ya no admite vuelta atrás, se aprestan a negociar la rendición.

El coronel Casado, el general Miaja, socialistas como Wenceslao Carrillo y anarquistas como Cipriano Mera organizan el Consejo de Defensa de Madrid, al que se une Julián Besteiro, con la intención de oponerse a la política de Negrín. La constitución del Consejo es anunciada en una alocución radiofónica leída por Besteiro, Casado y Mera a la tenue luz de un flexo desde los sótanos del Ministerio de Hacienda en Madrid. El gran fotógrafo Alfonso inmortaliza tal momento en una secuencia histórica.

Estalla entonces una nueva guerra civil dentro de la Guerra Civil; casadistas y negrinistas se persiguen a tiros por las calles de Madrid mientras los primeros intentan lograr del Cuartel General del Generalísimo una rendición justa. En vano. Franco se sabe vencedor y no está dispuesto a ceder nada a unos perdedores que sólo merecen su desprecio. El 28 de marzo las tropas nacionales entran en Madrid. En los sótanos de Hacienda, Besteiro, que se ha negado a abandonar su ciudad, les espera enfermo y solo.

Mientras la izquierda de estirpe comunista critica con dureza, y resume como "traición" este último episodio de la vida de Besteiro, la derecha lo alaba y alude con reiteración a la falta de "piedad" que el dictador tuvo con el viejo profesor de Lógica, al que encarceló y dejó morir en prisión. Ricardo de la Cierva afirma, verbigracia, que Besteiro fue "el gran error" de Franco, "gran error por no haber alcanzado el nivel de imaginación suficiente como para haber adoptado precisamente la solución utópica que soñó el veterano político socialista", esto es, una paz con reconciliación. Pero resulta difícil creer que "el veterano político socialista" esperase en verdad gestos magnánimos de unos enemigos que tan bien conocía. Su posición, la explicación de sus últimas decisiones, parece más bien fruto de la honradez, de una ética personal que le impelía a hacer todo lo posible por acabar con el sufrimiento de la nación.

Besteiro inicia un último periplo carcelario que le lleva por los penales de Porlier, El Cisne, Dueñas y Carmona. En el transcurso es condenado a 30 años de reclusión mayor por un Tribunal Militar. "Yo no me contento con ser en mi vida privada honrado. Yo estoy seguro de haberlo sido en mi vida pública", declara el acusado al final del proceso. En la prisión de Carmona, la enfermedad avanza mientras Besteiro agota sus últimos días escribiendo decenas de cartas a su esposa y traduciendo el Jesus Christus de Kart Adam. Su expediente llega hasta el dictador pero ni se le traslada al hospital ni se toma resolución alguna. El 27 de septiembre de 1940, mientras la Europa culta y democrática de la que se había sentido parte parece a punto de ser cubierta por la oscuridad del nazismo, Julián Besteiro muere en su celda. Tendrán que transcurrir 20 años para que sus restos descansen en su amado Madrid.

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